La Santa Sede vincula el covid-19 a «nuestra depredación de la tierra» y a la «avaricia financiera»
(Religión en Libertad) La esperada valoración global sobre la pandemia por parte de la Santa Sede llegó este miércoles con un documento de la Pontificia Academia por la Vida titulado Humana Communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida.
Lo de “intempestivas” lo explica el propio presidente de la Academia, el arzobispo Vincenzo Paglia, como una “provocación” con la que indicar “la urgencia de encontrar un pensamiento comunitario que, aparentemente, ya no está de moda”.
“En un momento en que la vida parece suspendida y nos afecta la muerte de seres queridos y la pérdida de puntos de referencia para nuestra sociedad”, añade en una entrevista en Vatican News, “no podemos limitarnos a discutir el precio de las mascarillas o la fecha de reapertura de las escuelas. Tendremos que aprovechar la oportunidad para encontrar el valor para discutir mejores condiciones para guiar el mercado y la educación“.
Cero referencias sobrenaturales
De hecho, el documento no entra en consideraciones sobre el origen vírico de la pandemia ni ofrece reflexiones de índole espiritual, ni invita en ningún momento a la oración ni a los sacramentos, para circunscribirse exclusivamente a lo sociológico.
No aparece la palabra “Dios” ni ninguna referencia a Jesucristo, ni el término “cristiano” que pudiera calificar la perspectiva ofrecida, ni alusión espiritual de ninguna clase.
No están los términos “misericordia” ni “caridad” (la “solidaridad” aparece trece veces). La “esperanza” es mencionada en cinco ocasiones, pero no como virtud teologal sino como expectativa humana. Y la “fe” solo una, junto a la también única mención al “pecado”, pero alusivo a las estructuras: “Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama ‘estructuras de pecado'”.
Pocos abrazos y mucha fragilidad
La pandemia, constata el texto, “nos ha privado de la exuberancia de los abrazos, la amabilidad de los apretones de manos, el afecto de los besos, y ha convertido las relaciones en interacciones temerosas entre extraños, un intercambio neutral de individualidades sin rostro envueltas en el anonimato de los equipos de protección. Las limitaciones de los contactos sociales son aterradoras; pueden conducir a situaciones de aislamiento, desesperación, ira y abuso“.
Por otro lado, “en el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad… Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un entierro adecuado. Hemos visto la vida llegar a su fin, sin tener en cuenta la edad, el estatus social o las condiciones de salud… Todos somos ‘frágiles’: radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra existencia, no sólo de manera ocasional”.
Deforestación, demanda de carne y dietas insostenibles
Pero hay otra lección: “La epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra y de nuestra falta de atención”, dice el texto.
Basándose en que el origen de la infección parece estar situado en un murciélago procedente de un mercado ilegal, se nos pide considerar “la cadena de conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente deforestación empuja a los animales salvajes a aproximarse del hábitat humano. Los virus alojados en los animales, entonces, se transmiten a los humanos, exacerbando así la realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido por los científicos como vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda de carne en los países del primer mundo da lugar a enormes complejos industriales de cría y explotación de animales”.
“El fenómeno del Covid-19”, pues, “es el resultado, más que la causa, de la avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso”.
El tono de este documento está así claramente marcado por la encíclica Laudato Si’ y la exhortación apostólica Querida Amazonia, citados en un texto que apenas tiene notas.
Monseñor Paglia concreta aún más en la entrevista citada: “La deforestación pone a los animales salvajes en contacto con hábitats humanos donde la ganadería intensiva somete al ganado a la lógica de la producción industrial. Esto se hace para satisfacer la demanda de carne para exportación, de modo que los platos que corresponden a dietas desequilibradas e insostenibles puedan llegar a nuestras mesas. El conjunto facilita el salto de microorganismos patógenos de una especie a otra, hasta los humanos”.
Todo el análisis de la Pontificia Academia por la Vida se centra así en el mecanismo de transmisión del virus y su impacto en las desiguales condiciones de los países ricos y pobres. La lección es que “nuestras pretensiones de soledad monádica tienen pies de barro. Con ellos se desmoronan las falsas esperanzas de una filosofía social atomista construida sobre la sospecha egoísta hacia lo diferente y lo nuevo, una ética de racionalidad calculadora inclinada hacia una imagen distorsionada de la autorrealización, impermeable a la responsabilidad del bien común a escala global, y no sólo nacional”.
La “nueva visión”
Tras esta explicación, la propuesta de la Santa Sede se define como “una nueva visión” consistente en “el renacimiento de la vida y la llamada a la conversión“, que no es una transformación por la gracia, sino que está constituida por los ejes de: una “ética del riesgo” entendido como la “realidad existencial” de que “todos podemos sucumbir”; un llamamiento a la cooperación internacional, con “acceso universal” a la prevención y el tratamiento y una “investigación científica responsable”; y un “equilibrio ético centrado en el principio de la solidaridad”.
En ese contexto, “el llamamiento a la conversión se dirige a nuestra responsabilidad: su miopía es imputable a nuestra falta de voluntad de mirar la vulnerabilidad de las poblaciones más débiles a nivel mundial, y no a nuestra incapacidad de ver lo que es tan obviamente claro”.
El papel de los cristianos, según Paglia
Aunque el texto del documento no incluye sugerencia alguna específicamente cristiana, Vatican News sí le pregunta a monseñor Paglia cuál ha de ser el papel de la comunidad cristiana en esta crisis.
“La comunidad cristiana”, responde el presidente de la Pontificia Academia por la Vida, “puede ayudar en primer lugar a interpretar la crisis no solo como un hecho organizativo, que puede superarse mejorando la eficiencia. Es una cuestión de comprender más profundamente que la incertidumbre y la fragilidad son dimensiones constitutivas de la condición humana. Este límite debe respetarse y tenerse en cuenta en cada proyecto de desarrollo, cuidando la vulnerabilidad de los demás, porque nos confiamos el uno al otro. Es una conversión que pide incluir y elaborar existencial y socialmente la experiencia de la pérdida. Solo a partir de esta conciencia será posible involucrar la conciencia y un cambio que nos haga responsables y solidarios en una fraternidad global”.
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