Capítulo 9- Parte 3: Saúl y Samuel
Os presentamos un programa más del programa de ‘Conociendo las Escrituras’ con Beatriz Ozores. En este programa Israel llega a un estado de anarquía. “Cada uno hacía lo que parecía recto a sus ojos”, nos dice Jueces 21, 25. Incluso los sacerdotes levitas del Dios verdadero se habían convertido en mercenarios, enriqueciéndose con los sacrificios de los pobres del pueblo de Israel. Los israelitas sabían que había necesidad de algo radical para cambiar la situación.
Pero en lugar de volverse humildemente hacia Dios, decidieron que querían un rey. Pensaban que, si tenían un rey que los uniese, se resol- verían todos sus problemas. Samuel, el último de los jueces, había sido líder de Israel durante mucho tiempo. Había logrado grandes victorias sobre los filisteos, pero en su ancianidad cometió el grave error de nombrar a sus hijos como sus sucesores. Fue un error porque sus hijos no eran como él: fueron codiciosos, “aceptando el soborno y pervirtiendo la justicia” .
Los ancianos de Israel fueron a ver a Samuel a su casa y le dijeron: “Tú te vas haciendo viejo y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne como hacen las demás naciones” . Para Samuel esto era una ofensa personal. ¿Es que no había sido un buen dirigente? Invocó a Dios, y Dios contestó a su oración. El Señor le dijo a Samuel: -Escucha la voz del pueblo en todo lo que te propone. No es a ti a quien rechazan, sino a mí; no quieren que sea su rey. Han obrado así desde que salieron de Egipto hasta el día de hoy: me han abandonado y han servido a dioses extranjeros, y así se portan ahora contigo. Sin embargo, escucha su voz, pero adviérteles bien y explícales los derechos del rey que reine sobre ellos. (1 S 8, 7-9)
El pueblo no estaba rechazando a Samuel: rechazaba la idea de ser una nación distinta de las otras. Quería ser una nación como las demás. Esto era precisamente lo que Moisés había profetizado, y el libro de la Ley, el Deuteronomio, lo había ya previsto. Samuel transmitió estas palabras del Señor al pueblo que solicitaba un rey, y les dijo: Éstos son los derechos del rey que reine sobre vosotros: tomará a vuestros hijos, los destinará a sus carros y a sus caballos y les hará correr delante de sus carrozas. Los utilizará en su ejército como jefes de centuria y oficiales. Les hará sembrar y segar sus campos, y fabricar armas y carros. A vuestras hijas las tomará como perfumistas, panaderas y cocineras. Vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares os los tomará para dárselos a sus sirvientes. De vuestras cosechas y de vuestras vendimias os exigirá el diezmo para dárselo a sus cortesanos y servidores.
Vuestros siervos y siervas, y vuestros mejores bueyes y borricos, los llevará para emplearlos en sus labores. Hasta de vuestros rebaños os exigirá diezmos, y vosotros mismos seréis sus siervos. Aquel día gritaréis contra los reyes que vosotros mismos habéis elegido, pero entonces el Señor no os escuchará. Samuel les dijo exactamente lo que podían esperar de un rey: impuestos, servicio militar y opresión. Pero el pueblo insistió. Samuel obedeció a sus deseos y a la palabra de Dios. Aceptó buscarles un rey, a pesar de lo mucho que personalmente le disgustaba la idea. Al final, todas sus predicciones se harían realidad.
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