“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
Evangelio según S. Mateo, 3, 13-17
Vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Meditación sobre el Evangelio
N o necesitaba Jesús ser lavado, pues siempre estuvo en el amor y no hubo empañamiento alguno en su constante amar. Pero Jesús no se anda con nimiedades como los devotos cursis, que a vueltas de su dignidad funcional no se mezclan con los otros ni pasan como uno más. Era un movimiento de vuelta a Dios lo que promovía Juan, y allá está Jesús metiéndose en el agua con los de buena voluntad. Es la humanidad, es Israel, que se dispone al reino de Dios zambulléndose en el agua; que es zambullirse en un deseo de Dios y en una esperanza de la salud cristiana. Es tan hombre Jesús, tan de nosotros, que de niño no sabía andar y su madre le aupaba en brazos; tan hombre como nosotros, que el demonio le tienta y carga con él hasta la torre; tan hombre, que Juan le baña en el baño de purificación, a él que nos purifica a todos; porque carga como un secante con la tinta de todos; como treinta años antes fue circuncidado para agregación a Israel, él por quien Israel está agregado a Dios.
Jesús hombre, obra del amor de Dios, entrando en el agua, es la voluntad de Dios iniciándose en la humanidad para que toda ella se vuelva a Dios. Por eso dice: Déjame que así conviene cumplir con el designio santo del Padre.
Juan le dejó. Es admirable su docilidad; su fe es magnífica y al punto cede toda su opinión. No entendió, puesto que Jesús no le explicaba; pero le creyó y no insistió.
Salió del agua. El Espíritu del Padre se había apoderado de su interior, enamorado el Padre de cómo el Hijo iba cumpliendo paso a paso su plan, cómo se le entregaba y abdicaba su dignidad de Santísimo para aparecer pecador. El Padre se le hizo presente intensamente en su interior; sintió Jesús el abrazo felicísimo y quedó suspenso en oración. Fuera, manifestó el Padre a Juan lo que sucedía en el secreto interior; se descorrieron las nubes y sobre la cabeza de Jesús temblaba sus alas una paloma. Y el Padre habló su amor a esta criatura adorable, toda amor a todos: «Este es el Hijo mío, el predilecto, en él me complazco».
Todos somos hijos de Dios en la voluntad de Dios; pero no todos lo son en la realización.
Se queda Dios con la voluntad fallida en tantos que no se la incorporan. Los que sorben con su voluntad buena la voluntad del Padre, principian a ser hijos, tanto más hijos cuanto más aman y esperan. La esperanza perfecta es la del amor en el Amor, para todo. Tiene hijos queridísimos, pero Jesús es el predilecto, el incomparable, el que le hace más suspirar al Padre, por el que suspiramos, cuantos somos del Padre.
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