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Discurso del Papa a los jóvenes en la Catedral de Tokyo

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(ACI) El Papa Francisco se encontró este lunes 25 de noviembre con jóvenes de diferentes religiones en la Catedral de Santa María de Tokyo, en su viaje apostólico a Japón.

En su discurso, después de escuchar los testimonios de tres jóvenes (un católico, un budista y un migrante), el Santo Padre habló de la necesidad de “crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista. Este encuentro es una fiesta porque estamos diciendo que la cultura del encuentro es posible, no es una utopía, y que ustedes, los jóvenes, tienen esa sensibilidad especial para llevarla adelante”.

A continuación, el discurso completo del Papa Francisco a los jóvenes:

Queridos jóvenes:

Gracias por venir y estar aquí. Ver y escuchar vuestra energía y entusiasmo me da alegría y esperanza. Les estoy agradecido por esto. También agradezco a Leonardo, Miki y Masako sus palabras de testimonio.

Se necesita gran coraje y valentía para compartir lo que se lleva en el corazón como ustedes lo hicieron. Estoy seguro de que sus voces fueron eco de muchos de sus compañeros aquí presentes. ¡Gracias! Sé que en medio de ustedes hay jóvenes de otras nacionalidades, algunos de ellos buscan refugio. Aprendamos a construir juntos la sociedad que queremos para mañana.

Cuando los miro, puedo ver la diversidad cultural y religiosa de los jóvenes que viven en Japón hoy, y algo de la belleza que vuestra generación ofrece al futuro. La amistad entre ustedes y su presencia aquí recuerda a todos que el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y diversidad de lo que cada uno puede aportar.

Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos. No nos hicieron en maquina a todos en serie. Cada uno viene del amor de sus padres y de su familia. Por esos somos todos distintos. Cada uno trae una historia para compartir. Cuánto necesitamos crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista. Este encuentro es una fiesta porque estamos diciendo que la cultura del encuentro es posible, no es una utopía, y que ustedes, los jóvenes, tienen esa sensibilidad especial para llevarla adelante.

Me impresionaron las preguntas que hicieron, porque reflejan vuestras experiencias concretas, y también vuestras esperanzas y vuestros sueños para el futuro.

Gracias, Leonardo, por compartir la experiencia de bullying y discriminación que sufriste. Cada vez más los jóvenes encuentran el valor de hablar sobre experiencias como la tuya. En mi edad, cuando yo era joven, nunca se hablaba de cosas como las que dijo Leonardo. Lo más cruel del acoso escolar es que hiere nuestro espíritu y nuestra autoestima en el momento en que más necesitamos fortaleza para aceptarnos a nosotros mismos y poder encarar nuevos retos en la vida.

En ocasiones, las víctimas de bullying incluso se culpan a sí mismas por haber sido blanco “fácil”. Pueden sentirse fracasados, débiles y sin valor, y llegar a situaciones altamente dramáticas: “Si tan solo yo fuera diferente…”. Sin embargo, paradójicamente, son los acosadores los verdaderamente débiles, porque piensan que pueden afirmar su propia identidad lastimando a los demás.

Algunas veces atacan a cualquiera que consideran diferente, que representa algo que los amenaza. En el fondo, los acosadores tienen miedo, son miedosos que se cubren en su aparente fortaleza. Y en esto, presten atención, cuando ustedes vean que alguno tiene necesidad de herir a otro, de hacer el bullying a otro, de acosarlo, ese es un débil. El acosado no es el débil, es el que acosa el débil, porque necesita hacerse el grandecito, el fuerte para sentirse persona. Yo le dije a Leonardo recién: ‘Cuando te digan que sos obeso, decile: Es peor ser flaco como vos’. Debemos unirnos todos contra esta cultura del “bulismo” y aprender a decir: ¡Basta! Es una epidemia donde la mejor medicina la pueden poner entre ustedes mismos.

No alcanza con que las Instituciones educativas o los adultos usen todos los recursos que están a su alcance para prevenir esta tragedia, sino que es necesario que entre ustedes, entre amigos y compañeros, puedan unirse para decir: ¡No! No al bulismo, no a la agresión al otro. Decir: Eso está mal. No hay mayor arma para defenderse de estas acciones que la de poder “levantarse” entre compañeros y amigos, y decir: Esto que estás haciendo es algo grave.

El que hace bulismo es un miedoso, y el miedo siempre es enemigo del bien, porque es enemigo del amor y de la paz. Las grandes religiones enseñan tolerancia, armonía y misericordia; las religiones no enseñan miedo, división o conflicto. Para nosotros, los cristianos, escuchamos a Jesús que constantemente les decía a sus seguidores que no tuvieran miedo. ¿Por qué? Porque si amamos a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, ese amor expulsa el temor (cf. 1 Jn 4,18).

Para muchos de nosotros, como bien nos lo recordaste Leonardo, mirar la vida de Jesús nos permite encontrar consuelo, porque Jesús mismo sabía lo que significaba ser despreciado y rechazado, incluso hasta el punto de ser crucificado. También sabía lo que era ser un extraño, un migrante, uno “diferente”.

En cierto sentido, lo que estoy hablando a los cristianos, y los que no son cristianos, véanlo como modelo religioso.

En cierto sentido, Jesús fue el más “marginado”, un marginado lleno de Vida para dar. Leonardo, podemos siempre mirar todo lo que nos falta, pero también podemos descubrir la vida que somos capaces de dar y donar. El mundo te necesita, nunca te olvides de eso; el Señor tiene necesidad de ti para que puedas darle el coraje a tantos que hoy piden una mano que los ayude a levantarse.

Les quiero decir una cosa a todos que les va a servir en la vida. Mirar con desprecio o menosprecio a una persona es mirarla de arriba hacia abajo. Es decir, yo soy superior y vos sos inferior. Pero hay una sola manera, que es lícita y que es justa de mirar a una persona de arriba hacia abajo: para ayudar a levantarla. Si alguno de nosotros, y me incluyo, mira a una persona de arriba hacia abajo con desprecio, es poca cosa. Pero si alguno de nosotros mira a una persona de arriba hacia abajo para tenderle la mano y ayudarle a levantarle, ese hombre o esa mujer es un grande. Así que cuando miren a uno de arriba hacia abajo, pregúntense dónde está mi mano: ¿está escondida o está ayudándolo a levantarse? Y van a ser felices.

Esto implica aprender a desarrollar una cualidad muy importante, pero devaluada: la capacidad de aprender a donar tiempo para los demás, escucharlos, compartir con ellos, comprenderlos; sólo así abriremos nuestras historias y heridas a un amor que nos pueda transformar y comenzar a cambiar el mundo que nos rodea.

Si no donamos y “ganamos tiempo” entre las personas, lo perderemos en muchas cosas que, al final del día, nos dejarán vacíos y aturdidos —en mi tierra natal dirían nos llenan de cosas que nos empachan—. Así que, por favor, dediquen tiempo para su familia y amigos, pero también para Dios, orando y meditando. Y, si les resulta difícil, rezar; no se rindan. Un sabio guía espiritual dijo una vez: la oración se trata principalmente de estar simplemente allí. Estate quieto, haz espacio para Dios, déjate mirar y Él te llenará de su paz.

Esto es exactamente lo que Miki nos decía; preguntó cómo pueden los jóvenes hacer espacio para Dios en una sociedad frenética y enfocada en ser solamente competitiva y productiva. Es habitual ver que una persona, una comunidad o incluso una sociedad entera pueden estar altamente desarrolladas en su exterior, pero con una vida interior pobre y encogida, con el alma y la vitalidad apagada. Parecen muñequitos, ya terminados, que no tienen nada dentro.

Todo les aburre. Hay jóvenes que no sueñan. Es terrible un joven que no sueña, un joven que no hace espacio en su corazón para soñar, para que entre Dios, para que entren las ilusiones y sea fecundo en la vida. Hay hombres o mujeres que se olvidaron de reír, que no juegan, no conocen el sentido de la admiración y la sorpresa. Hombres y mujeres que viven como zombis, su corazón dejó de latir por la incapacidad de celebrar la vida con los demás. Escuchen esto: Ustedes van a ser felices, ustedes van a ser fecundos si mantienen la capacidad de celebrar la vida con los demás. ¡Cuánta gente en todo el mundo es materialmente rica, pero vive esclava de una soledad sin igual!

Pienso aquí en la soledad que experimentan tantas personas, jóvenes y adultas, de nuestras sociedades prósperas, pero a menudo tan anónimas. La Madre Teresa, que trabajaba entre los más pobres de los pobres, dijo una vez algo profético: «La soledad y la sensación de no ser amado es la pobreza más terrible».

Quizás nos hace bien preguntarnos para mí cuál es la pobreza más terrible. Cuál sería para mí el grado de pobreza mayor. Y si somos honestos nos vamos a dar cuenta de que la pobreza más grande que podemos tener es la soledad y la sensación de no ser amado. ¿Entienden?

Combatir esta pobreza espiritual es una tarea a la que todos estamos llamados, y ustedes tienen un papel especial que desempeñar, porque exige un cambio importante en nuestras prioridades y opciones. Implica reconocer que lo más importante no radica en todas las cosas que tengo o puedo conquistar, sino a quién tengo para compartirlas.

No es tan importante focalizarse y cuestionarse para qué vivo, sino para quién vivo. Aprendan a hacerse esta pregunta: no para qué vivo, sino para quién vivo. Con quién comparto la vida. Las cosas son importantes pero las personas son imprescindibles; sin ellas nos deshumanizamos, perdemos rostro, nombre, y nos volvemos un objeto más, quizás el mejor de todos, pero objetos, y no somos objetos, somos personas.

El libro del Eclesiástico dice: «Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro» (6,14). Por eso, es siempre importante preguntarse: «¿Para quién soy yo? Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 286). Para compartir con otros. No solo vivir la vida, sino compartir la vida. Compartir la vida.

Y esto es algo hermoso que ustedes pueden ofrecer a nuestro mundo. Los jóvenes tienen que dar algo al mundo. ¡Sean testigos de que la amistad social es posible! Esperanza en un futuro basado en la cultura del encuentro, la aceptación, la fraternidad y el respeto a la dignidad de cada persona, especialmente hacia los más necesitados de amor y comprensión. Sin necesidad de agredir o despreciar, sino aprendiendo a reconocer la riqueza de los demás.

Un pensamiento que nos puede ayudar: para mantenernos vivos físicamente, tenemos que respirar, es una acción que realizamos sin darnos cuenta. Todos respiramos automáticamente. Para mantenernos vivos en el sentido pleno y amplio de la palabra, necesitamos también aprender a respirar espiritualmente, a través de la oración y la meditación, en un movimiento interno, mediante el cual podemos escuchar a Dios, que nos habla en lo profundo de nuestro corazón.

Y también necesitamos de un movimiento externo, por el que nos acercamos a los demás con actos de amor y servicio. Este doble movimiento nos permite crecer y descubrir no sólo que Dios nos ha amado, sino que nos ha confiado a cada uno una misión, una vocación única y que la descubrimos en la medida en la que nos damos a los demás, a personas concretas.

Masako nos habló sobre estas cosas desde su propia experiencia como estudiante y maestra. Preguntó cómo se puede ayudar a los jóvenes a que se den cuenta de la propia bondad y valor. Una vez más, quisiera decir que, para crecer, para descubrir nuestra propia identidad, bondad y belleza interior, no podemos mirarnos en el espejo. Se han inventado muchas cosas, pero gracias a Dios todavía no existen selfies del alma.

Para ser felices, necesitamos pedirle ayuda a los demás, que la foto la saque otro, es decir, salir de nosotros mismos e ir hacia los demás, especialmente hacia los más necesitados (cf. ibíd., 171). Y les quiero decir una cosa. No se miren demasiado a ustedes mismos, no se miren demasiado en el espejo de ustedes mismos. Porque corren el riesgo de que tanto mirarse se rompa el espejo.

De modo particular, les pido que extiendan los brazos de la amistad y reciban a quienes vienen, a menudo después de un gran sufrimiento, a buscar refugio en su país. Con nosotros está aquí presente un pequeño grupo de refugiados; vuestra acogida testimoniará que para muchos pueden ser extraños, pero para ustedes pueden ser considerados hermanos y hermanas.

Un maestro sabio dijo una vez que la clave para crecer en sabiduría no era tanto encontrar las respuestas correctas, sino descubrir las preguntas correctas. Cada uno de ustedes piense: ¿Yo sé responder a las cosas? ¿Y sé responder bien a las cosas? ¿Hacer las respuestas correctas? Si alguno dice que sí, te felicito, pero hacete la otra pregunta: ¿Yo sé hacer las preguntas correctas? ¿Yo tengo el corazón inquieto que me lleva a preguntar continuamente a la vida, a mí mismo, a los demás, a Dios? Con las respuestas correctas, ustedes pasan el examen. Pero sin las preguntas correctas, no pasan la vida.

No todos ustedes son maestros como Masako, pero espero que puedan hacerse muy buenas preguntas, cuestionarse y ayudar a otros a hacerse buenas y cuestionadoras preguntas sobre el significado de la vida, y de cómo podemos dar forma a un futuro mejor para quienes vendrán después de nosotros.

Queridos jóvenes: Gracias por vuestra amistosa atención, y gracias por la paciencia, por todo este tiempo que me regalaron y por poder compartir un poco de vuestras vidas. No tapen los sueños, no aturdan sus sueños, denles espacios y anímense a mirar grandes horizontes, a mirar lo que les espera si se animan a construirlos juntos. Japón los necesita, el mundo los necesita despiertos, no dormidos, los necesita generosos, alegres y entusiastas, capaces de construir una casa para todos. Yo les prometo que voy a rezar por ustedes, para que crezcan en sabiduría espiritual, para que sepan hacer las preguntas correctas, para que se olviden del espejo y sepan mirar a los ojos de los demás.

A todos ustedes, y a sus familias y amigos les hago llegar mis mejores deseos y les doy mi bendición. Y les pido que se acuerden también de mandarme buenos deseos, y mandarme bendiciones.

Muchas gracias.

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