“¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?”
Evangelio según S. Lucas 9, 7-9
El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de verlo.
Meditación sobre el Evangelio
R uido produjo la misión de los doce; al mismo tiempo en varios pueblos de la comarca pregonando el reino de Dios con resonancia de milagros; se formaron los más variados comentarios: unos conjeturaban que era Juan Bautista resucitado, otros que Elías, otros que un profeta antiguo, otros un profeta nuevo. A Herodes llegaron los rumores y se preocupó, pues él había mandado matar al Bautista. Firme Juan en su aplicación de la caridad a todos, a los militares prohibiéndoles el uso indebido de su fuerza, a los recaudadores reprimiéndoles exacciones abusivas, habló contundente a los ascetas y observantes resistentes a la caridad y le puso el hacha a la raíz. Cuando el rey despojó de su mujer al hermano indefenso, Juan condenó públicamente tal acción. La conocía todo el mundo y no era cosa de que se pensara que la ley de caridad no se exige a los poderosos; así sucede deplorablemente con tantos predicadores, bravos con los débiles, y arrumacados con los potentes; buscan su vida y de ser tan de la verdad por mantenerse situados.
El rey lo metió en la cárcel. Con todo, le guardaba consideración y gustaba de hablar con él, pues se lo imponía su carácter sagrado y la rectitud clara de su alma. De sus conversaciones salía perplejo. Dios estaba con Juan, lo protegía en el calabozo, se hacía sentir a su lado y llamaba a Herodes por medio suyo; a punto estaba de comenzar a abrirse el reino, pero… ¡es tan difícil que un rico tan poderoso entre! Ahora, tras el revuelo por la predicación del Reino, y sabiendo que no podía ser Juan, ya que él lo mandó decapitar, sintió curiosidad por quién podría ser aquel de quien se decían tales cosas y sentía deseos de verlo. Nueva oportunidad para Herodes de abrir su corazón y adherirse a la manera como Dios quiere que seamos, al evangelio. Primero Juan y ahora Jesús, el Enviado; pero él lo rechazó. “Por tu endurecimiento y la impenitencia de tu corazón, te atesoras ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual el pago según sus obras: a los que perseveran en el bien obrar, con la esperanza hacia la gloria e inmortalidad, vida eterna; pero a los amigos de egoísmo y rebeldes a la verdad, ira e indignación” (Rom 2)
(141)