Capítulo 6-3ª Parte ‘Conociendo las Escrituras’: José
En el siguiente capítulo del programa de ‘Conociendo las Escrituras’ presentado por Beatriz Ozores, vamos a detenernos en la descendencia de Jacob con la historia de José. Podríamos decir que con la historia de José termina la «historia de los patriarcas», que no acaba precisamente en la tierra prometida sino en Egipto: Por lo tanto, la historia de José sirve de conexión entre la historia patriarcal y la salida de Egipto (Éxodo). La enseñanza fundamental de la historia de José es que Dios orienta todos los acontecimientos, incluso los que parecen más negativos, al bien y a la salvación. Omnia in bonum, podría ser el título de la historia de José (cfr 50, 20).
• El periodo más probable de la bajada a Egipto es cuando el poder sobre Egipto estuvo en manos de los hiksos (1720-1580 a.C.), un grupo invasor en el que había elementos de raza semita. Éstos tuvieron su capital en Avaris, en el Delta del Nilo.
Historia de José
– Jacob se estableció en el país en el que había residido su padre, en la tierra de Canaán (en contraposición a Esaú, que emigró al país de Seir, al sudeste del mar Muerto).
“2Esta es la historia de los descendientes de Jacob: José tenía diecisiete años y pastoreaba el ganado con sus hermanos. Como era un muchacho acompañaba a los hijos de Bilhá y Zilpá, mujeres de su padre, e informó al padre de la mala fama de aquéllos. 3Israel amaba a José más que a sus otros hijos, porque era el hijo de su ancianidad, y le hizo una túnica con mangas. 4Sus hermanos, al ver que su padre le amaba más que a ellos, le odiaban hasta el punto de no poder devolverle el saludo.” (Génesis 37,2-4)
• La palabra hebrea que traducimos por fama significa en realidad “propósitos malos.” El texto no especifica en qué consistían, pero esta acusación fue el principio de una antipatía hacia José por parte de sus hermanos. Además, Jacob sentía una especial predilección por José por ser el “hijo de su ancianidad” e hijo de Raquel, la esposa que más amaba.
• La túnica de mangas largas era una túnica talar, es decir, una túnica larga hasta los pies y con mangas largas que solían usar los personajes distinguidos, mientras que el pueblo llano usaba una túnica hasta la rodilla, que sería la que usaban los demás hermanos de José.
José, predilecto en el amor de Jacob
figura de Jesucristo, el Predilecto del amor del Padre.
Predilección en el amor:
– Aunque el amor de predilección de Jacob por José se explica por causas humanas, tras ello se descubre algo que aparece en toda la Biblia: cómo hay personas que gozan, por pura gracia, de una predilección de amor, también del amor divino, sin que esto signifique que el amor a los otros quede mermado.
– El pecado de los hijos de Jacob, como en cierto modo el de Caín, comienza por no aceptar tal predilección en el amor; desde ahí se convertirá en odio y envidia y, finalmente, culminará con el acto de deshacerse del hermano.
La envidia es un vicio terrible, y cuando se apodera del alma, no la deja hasta haberla conducido a la monstruosidad más extrema. Corrompe al alma que la engendró y coloca al objeto de la envidia en el lugar contrario al deseado: más noble, más considerado, más conocido. Tal hecho, a su vez, produce en el envidioso nuevas y más insoportables aflicciones. Observa aquí, por ejemplo, cómo este varón admirable, sin saber nada de lo que sucede, habla a sus hermanos como si fueran de hecho hijos de su misma madre, y lo hace con toda confianza, dialogando con ellos con gran sencillez. Aquellos, sin embargo, dominados por el pecado de la envidia se preparaban para aborrecerlo. Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis.
José interpreta los sueños:
“5José tuvo un sueño y lo contó a sus hermanos, por lo que ellos le tuvieron más odio todavía. 6Les dijo:
–Escuchad el sueño que he tenido: 7Estábamos atando gavillas en el campo y mi gavilla se erguía y se mantenía en pie, mientras que vuestras gavillas la rodeaban y se postraban ante ella.
8Sus hermanos le respondieron:
–¿Acaso vas a reinar sobre nosotros, o nos vas a gobernar tú?
Y le tuvieron todavía más odio a causa de sus sueños y de sus palabras.” (Génesis 37,5-8)
“9Todavía tuvo otro sueño y lo contó a sus hermanos diciendo:
–Mirad, aún he tenido otro sueño: El sol, la luna y once estrellas se postraban ante mí.
10Cuando lo contó a su padre y a sus hermanos, su padre le recriminó diciéndole:
–¿Qué significa ese sueño que has tenido? ¿Acaso vamos a ir yo, tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?
11Sus hermanos sintieron celos de él, pero su padre meditaba todas estas cosas.” (Génesis 37,9-11)
– En la historia de José los sueños tienen gran importancia, a través de ellos se descubre la providencia de Dios que guía los acontecimientos. Por eso Jacob permanece abierto a lo que pueda suceder, aunque no lo comprenda todavía.
Pero sus hermanos no lo veían así y creció en ellos la envidia y el odio porque veían en ellos una ambición de reinar sobre la casa de Jacob. Pero Dios sabrá sacar de aquel mal un gran bien para todos ellos, y llevar a cabo su plan providencial precisamente a través de aquel comportamiento injusto.
José vendido como esclavo a los egipcios
“12Habían ido sus hermanos a pastorear las ovejas de su padre a Siquem, 13e Israel dijo a José:
–Anda, pues, a ver cómo siguen tus hermanos y cómo está el ganado, y tráeme noticias.
18Ellos lo vieron a lo lejos y antes de que se acercara a donde estaban, se confabularon contra él para darle muerte. 19Se decían unos a otros:
–Mira, ahí viene ese soñador; 20vamos ahora, matémoslo y arrojémoslo a un pozo; luego diremos que lo ha devorado una fiera salvaje. Así veremos en qué paran sus sueños.” (Génesis 37,12.14.18)
– Se cree que Siquem fue el primer lugar donde se detuvo Abrahán, Sara y Lot en su viaje hacia Canaán.
En el pozo de Siquem fue donde Jesús se encontró con la samaritana y le pidió que le diera agua para beber (Juan 4,5).
“23Cuando José llegó a donde estaban sus hermanos, éstos arrancaron a José la túnica que llevaba, una túnica con mangas, 24lo agarraron y lo echaron al pozo. El pozo estaba vacío, sin agua.
25Después se sentaron a comer y, alzando la vista, vieron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad, cuyos camellos transportaban tragacanto, resina y láudano, y que iba bajando hacia Egipto. 26Entonces dijo Judá a sus hermanos:
–¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? 27Vamos a venderlo a los ismaelitas y no pongamos las manos sobre él, pues es nuestro hermano y nuestra carne.
Y sus hermanos asintieron. 28Cuando pasaban unos mercaderes madianitas, lo sacaron, subiendo a José del pozo, y lo vendieron por veinte monedas de plata a los ismaelitas, quienes se llevaron a José a Egipto.” (Génesis 37,23-28)
• Los Ismaelitas, árabes, eran descendientes de Ismael, hijo de Abrahán. En el vers. 28 se llaman madianitas. Cf. Jueces 8,22.
Los hermanos lo entregaron por veinte siclos de plata. Un esclavo valía 30.
También Jesús fue perseguido por su propio pueblo y vendido como José por unas monedas de plata. Pero para ambos la humillación fue el comienzo de la glorificación: Jesús triunfó en la cruz y José en los sufrimientos de la esclavitud. Pues Dios empieza a elevar cuando humilla, y cuanto más quiere ensalzar, más deprime.
Jacob llora la muerte de José
“31Ellos tomaron la túnica de José, degollaron un cabrito y empaparon la túnica en la sangre. 32Después mandaron llevar la túnica con mangas a su padre, y decirle:
–Hemos encontrado esto. Comprueba si es la túnica de tu hijo o no.
33Él la reconoció y exclamó:
–Es la túnica de mi hijo. Una fiera salvaje lo ha devorado; José ha sido despedazado.
34Entonces Jacob rasgó sus vestiduras, se puso un saco a la cintura e hizo muchos días de duelo por su hijo.” (Génesis 37,31-34)
• El rasgar los vestidos y cubrirse de saco eran señales de dolor y de luto, no sólo entre los judíos sino también en otros pueblos de Oriente.
José en Egipto
“36Entretanto los madianitas lo vendieron en Egipto a Putifar, eunuco del faraón y capitán de los guardias.” (Génesis 37,36)
“5Desde el momento en que lo puso al frente de su casa y le encomendó todo lo suyo, el Señor bendijo la casa del egipcio gracias a José. La bendición del Señor recayó sobre todo lo que aquel tenía en su palacio y en el campo. 6El egipcio confió todo lo que poseía en manos de José, y no se preocupaba de otra cosa que del alimento que tomaba. José era bien parecido y de bella presencia.” (Génesis 39,1-6)
• José ejercía el cargo de administrador o intendente. En los monumentos egipcios los administradores están representados con una vara o un mamotreto en la mano, y un estilo o pluma de junco en la oreja, símbolo de su autoridad.
José se convierte en cauce de bendición para el amo egipcio. “El Señor estaba con José” es la clave de cuanto sigue y, paradójicamente, también de sus aflicciones.
“Dios, amigo del hombre, deseaba poner a José en completa seguridad, pero no lo sacó de la esclavitud ni se aprestó a liberarlo. Y es que Dios siempre acostumbra no apartar de los peligros a los hombres buenos ni a librarlos de las pruebas, sino a mostrar su favor tan característico precisamente en las pruebas, de modo que las pruebas mismas se tornan para ellos en motivo de regocijo. Por esto el bienaventurado David decía: “En el agobio me diste anchura”. “No me has hecho reposar quitándome antes el agobio, viene a decir, ni alejándome de él, sino que me diste seguridad en medio de las tribulaciones”. Y esto es, sin duda, lo que también hace en este caso nuestro amoroso Señor.” Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, 62, 3.
“7Después de todo esto, la mujer de su amo puso los ojos en José, y le dijo:
–Duerme conmigo.
8El rehusó, y repuso a la mujer de su amo:
–Mira, mi amo no me controla nada de lo que hay en casa, y me ha confiado todo lo que tiene; 9no hay nadie más importante que yo en esta casa, y no se ha reservado nada excepto tú, porque eres su mujer. ¿Cómo voy a cometer esa gran maldad, pecando contra Dios?
10Ella insistía a José todos los días, pero él no accedió a unirse y a darse a ella.
11Cierto día entró José en la casa a hacer su trabajo, y no había allí ninguno de los sirvientes. 12Ella lo agarró de la ropa diciéndole:
–Duerme conmigo.
Pero él, abandonando la ropa en sus manos, huyó y salió afuera.” (Génesis 39,7-12)
• Pecar contra el prójimo es pecar contra Dios. José es capaz de resistir la tentación porque sabe que Dios todo lo ve y todo lo sabe. En José tenemos un perfecto modelo de la castidad, que nos enseña cómo hemos de portarnos en la tentación:
«José huye para poder escapar de aquella mu¬jer indecente. Aprende, por tanto, a huir si quieres obtener la victoria contra el ataque de la lujuria. No te avergüences de huir si deseas alcanzar la palma de la castidad. (…) Entre todos los combates del cristiano, los más difíciles son los de la castidad, en la que la lucha es diaria y la victoria difícil. En esto no pueden faltar al cristiano actos diarios de martirio. Pues si Cristo es la castidad, la verdad y la justicia, quien obstaculiza estas virtudes es un perseguidor (de Cristo), quien las intenta de¬fender en otros o guardarlas en sí mismo, será un mártir» (San Cesáreo de Arlés, Sermones 41,1-3).
“16Ella se guardó la ropa de José hasta que su amo llegó a casa. 17Y entonces le contó las mismas cosas, diciendo:
–El siervo hebreo que nos trajiste ha entrado donde yo estaba para abusar de mí, 18y cuando levanté la voz y grité, abandonó su ropa junto a mí, y huyó afuera.
19Cuando el amo de José oyó la versión de su mujer que le decía: «Esto me ha hecho tu siervo», montó en cólera; 20apresó a José y lo metió en la cárcel donde estaban encerrados los presos del rey; y quedó preso allí.” (Génesis 39,16-20)
• A partir del convencimiento de que las realidades, instituciones y personajes del Antiguo Testamento prefiguran y anuncian a los del Nuevo, no sólo se descubre en José un anuncio anticipado de Cristo, sino que, quizá por razón del nombre, se le ha comparado también con San José, el esposo de la Virgen Ma¬ría.
«Aquel José vendido a causa de la envidia de sus hermanos y conducido a Egipto, prefiguraba que Cristo sería vendido: este otro José, huyendo de la envidia de Herodes, llevó a Cristo a Egipto. Aquél por fidelidad a su señor no quiso unirse a la mujer; éste, reconociendo virgen a su esposa, madre de su Señor, y guardando continencia, la custodió fielmente. A aquél se le dio el entender los misterios de los sueños; a éste se le ha concedido ser conocedor y partícipe de los sacramentos celestiales. Aquél guardó trigo, no para sí, sino para todo el pueblo; éste recibió el encargo de cuidar el pan vivo que baja del cielo, tanto para sí mismo, como para todo el mundo» (San Bernardo, Homiliae super Missus est 2,16).
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