Del alcohol y el sexo a ser invitada a unas cenas en la Iglesia
(Diócesis de Getafe) Sara Martín es una feligresa de la Diócesis de Getafe que recientemente recibió el sacramento de la Confirmación en la Vigilia de Pentecostés. A continuación compartimos su testimonio de encuentro con Dios y conversión.
Siempre estuvo ahí pero no podía verle…
Sin saberlo, siempre le busqué, pero no podía encontrarle…
Desde mi niñez; en mis terrores nocturnos. En mi adolescencia; con mis complejos, mis tribulaciones e inquietudes; le recé, le pedí; como el que pide al genio de la lámpara y, al no encontrar los efectos deseados, me olvidé de su “débil existencia”.
En su lugar busqué a través del alcohol, de la dependencia de sustancias y personas y del sexo. Y conseguí serios problemas de toda índole y, lo peor, cada vez más degradación de mi persona, más soledad, más vacío e insatisfacción.
Pedí a gritos ayuda sin saber a qué o a quién. Encontré una asociación de ayuda a personas con problemas con la bebida; Alcohólicos Anónimos. La literatura de A.A. tiene un “programa de vida”, que según sus orígenes está basado en la dependencia de Dios, pero con el paso del tiempo ha ido perdiendo su autenticidad. De hecho ha permitido reemplazar a Dios por cualquier otro “poder superior” como la energía, Alá, las personas que componen un grupo de A.A. e incluso por nada. Lo ignoras y listo.
Aquí solo dejé de beber y comencé a asistir a las reuniones de grupo buscando más. Casualmente, se celebraban en las dependencias de una Iglesia. Mejoró mi calidad de vida, pero no desapareció el miedo, el vacío…
Cuando mi madre, en sus últimos días de vida, siendo conocedora de mi infelicidad, me pidió que buscara la fe, no supe reconocer a Dios a través de ella.
Cuando tuve mi primera hija con la persona que actualmente es mi pareja y, con pocos días de vida enfermó gravemente, recordé de nuevo a Dios y volví a pedirle ayuda. De repente una persona desconocida en la UCI del Hospital Niño Jesús me abrazó y me dijo que mi hija viviría, y le creí. Me alivió de tan tremendo sufrimiento, pero tampoco reconocí a Dios.
Entonces un cura, David, me invitó a unas cenas en la Iglesia -precisamente donde asistía a Alcohólicos Anónimos- donde se debatiría sobre el “Sentido de la vida”; creo que entonces dije mi primer sí conscientemente…
En esas cenas, donde había personas del ámbito de la Iglesia mezcladas con otras de “fe débil”, ateos, indecisos… conocí a unas chicas -Mar, Marga y Luisa- que me atrajeron por su alegría, su sencillez, su serenidad. Me deslumbraron, aunque todavía no supe reconocerLe en ellas.
Deseaba que llegara cada viernes para poder estar con ellas. No me juzgaban, no me replicaban ni corregían, no querían convencerme de nada; eran de otro planeta.
Me quedé triste cuando esto finalizó, pero tuve otras oportunidades para compartir con ellas e incluso me permitieron ser repetidora de las cenas.
Por fin, a través de ellas y otros más con la misma luz, con amor, con atención y dedicación pude verLe. Estas personas eran miembros de Comunión y Liberación (CL).
Empecé entonces un camino decisivo para mi existencia. Con un montón de dudas, de contradicciones, todo tan diferente a lo anteriormente vivido, pensando que quizás se redujera mi vida en algunos aspectos… qué equivocada estaba todavía.
Un camino en el que voy descubriendo por qué esa búsqueda excesiva de amor de las personas que forman parte de mi vida y de la maternidad como una panacea, nunca me saciaban…
Sentir que el amor de Él y la dependencia de Él (yo que fui tan dependiente en mi pasado) eran suficientes… No más miedo irracional, no más vacío.
En este camino he empezado a sentir necesidades imprescindibles ya, nada impuesto, nada forzado, pura necesidad de estar cerca de personas que viven la presencia de Cristo; necesidad de ser perdonada, de sentirme útil y de transmitir todo esto que estoy viviendo.
En septiembre de 2019, Dios mediante y habiendo conseguido la nulidad matrimonial por parte del padre de mis hijos de una desacertada relación anterior, Junior (otra obra de Él) y yo nos haremos esposos después de 14 años de convivencia, rescatada y sostenida actualmente, gracias a Él, a través de la Iglesia.
Y en su empeño de seguir regalándonos vivencias extraordinarias, hemos recibido otro don: a través de uno de los curas del pueblo donde vivimos, se nos propuso hace unos meses (cuando aún no sabíamos lo que tardaría la concesión de la nulidad solicitada) que porqué no vivíamos esa espera como lo hacen los novios católicos, en castidad.
Dijimos sí…
Algo que nunca había entendido desde mi anterior barrera, cuando no relacionaba la sexualidad con el amor de pareja, de esas cosas que juzgaba, en mi ignorancia, antiguas, sin sentido, reductoras. Está resultando otra oportunidad de reavivar mi relación de pareja. Ahora siento el amor de Junior en estado puro (esto es la pureza de la virginidad). Aunque me prive y le prive de algo que pensaba que su inexistencia ahogaría nuestra unión. Esta renuncia por Él y para Él, a nosotros nos da alegría, entrega, sin dar nada a cambio, sólo por el amor a Dios.
Cuando me entregue a Junior, ya no será un trámite, una moneda de cambio, un sinsentido sexual… Será la manifestación de Su amor entre nosotros.
Soy muy afortunada por vivir esas cosas que ya creía invivibles.
Soy afortunada por formar parte de una fraternidad formada por personas extraordinarias, reflejos de su luz, a la que fui invitada, sin siquiera formar parte de CL.
Gracias a la escuela, el continuo contacto con los miembros de la Frater; con el padre Miguel como figura esencial, voy recorriendo el camino en constante aprendizaje, a sentir su presencia continua y reconocerle cada vez más fácilmente en la cotidianidad. A que no soy yo, sino su impulso. Y algo muy importante: poder brindar a mis hijos una vida en Cristo…
Sara Martín
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