Himalaya: Relato de rescate imposible por María Martinez
Hablar de María es hablar de Amaya que nada tiene que ver a la persona que ahora es. María tiene claro que no podría transmitir nada sino hubiera perdonado a Amaya. “El Señor primero amó a Amaya y luego amó a María”. A los ojos del mundo ella vivía como el mundo decía que tenía que vivir. Buscaba la felicidad en cómo el mundo muestra que se necesita la felicidad. ¿Y dónde estaba la felicidad para ella en aquel momento? donde Dios no estaba ya que Amaya en ese momento no lo necesitaba. “Siempre cuento que antes de viajar a Nepal, estuve a punto de apostatar de la Iglesia, de las pocas que he sido antes y después por la gracia de Dios ha sido coherente”, explica.
Si no necesitaba a Dios tampoco necesitaba lo que estaba vinculado con él, ella valoraba el dinero y el éxito de su trabajo en el que era la mejor. “En el fondo el trabajo por el dinero te roba vida. ¿Y qué compras con tu vida? compras cosas para llenar un vacío, que es el vacío existencial, ¿y qué puedo ver ahora que era ese vacío? no tener amor”. Era el momento de llenar ese vacío con cosas materiales, las compras compulsivas, las fiestas sociabilizar, formaba parte del recetario en ese momento para María para crear esa felicidad artificial.
Una felicidad que se tenía que seguir alimentando de ese dinero que en un momento de la vida de Amaya no fue tan abundante, pero como ella era muy buena en su trabajo, la llamaron para trabajar en una clínica. Al principio parecía el trabajo perfecto en la planta del cielo como la llamaba, hasta que de ahí la recondujeron a ‘la planta del infierno’ donde su labor era la de practicar abortos acompañando a las madres en esa tragedia. “Ahora creo que aunque obró el mal, como Dios no desperdicia nada, permitió ese infierno, Dios nunca nos da nada que no podamos soportar y ahora le doy gracias todos los días por eso”, explica.
María tiene claro que la conversión, el verdadero cambio no se puede realizar por nuestros propios medios, la mano de Dios está presente. “Mi alma debió gritar desesperadamente y es cuando Dios baja del mismísimo cielo a por cada uno de sus hijos, y decidió hacerlo conmigo”. Una llamada fue un signo claro de esa apuesta de Dios por cambiar el corazón de Amaya. Una llamada de un antiguo guía espiritual suyo que le hacía una invitación a viajar a Nepal. Ella no quería pero la decisión providencial de su madre la llevó hasta allí. “Sigo pensando que viajando era la posibilidad definitiva para el suicidio y no veo mejor lugar que Nepal”. Esa es la segunda vez que la idea del suicidio que volvió a rondar por la cabeza porque ya en su casa un día tenía decidido la idea del suicidio pero Dios volvió a obrar a través de su perro. “Es él el que lo para, como en sus designios es capaz de utilizar cualquier instrumento a su alcance, ojalá pudiéramos ver a ese Dios todopoderoso”.
En Nepal sucede algo en la montaña que fue otra bofetada más para Amaya de ese Dios que ella no quería reconocer. Estaban ya a una altura de montaña de 5.200 metros y su guía que le acompañaba siempre se adelanta para ver el sitio donde se iban a alojar. “Estar sola en este camino es raro, porque siempre hay porteadores, gente caminando, nativos del lugar. En este rato no hubo nadie. Estaba caminando y empecé a sentir mucho enfado porque no me di cuenta que no tenía nada, no tenía a mi esposo, no tenía a mi matrimonio, no tenía a mi familia, no tenía nada”. En ese momento sintió una punzada de dolor terrible porque todo lo que se supone por lo que había luchado no valía para nada, y lo único verdaderamente importante lo había perdido. “De repente, sentí una presencia a mi lado, no vi nada, sólo sentí una presencia. Sentí un amor infinito y le reconocí inmediatamente, él se encargó que le reconociera en el corazón”.
Todos estos designios de Dios fueron tomando presencia con las Hermanas de la Caridad en un encuentro realmente asombroso donde gracias a esa experiencia que tuvo con ellas, su conversión se hizo real y en el que gracias a las hermanas tomó prestado con mucha humildad el nombre de María.
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