Catequesis del Papa Francisco sobre el Padre Nuestro como instrumento contra el diablo
(ACI) El Papa Francisco dedicó su catequesis de la Audiencia General celebrada este miércoles 15 de mayo en la Plaza de San Pedro del Vaticano al último pedido del Padre Nuestro: “Líbranos del mal”.
En su enseñanza, el Santo Padre señaló que se trata de un instrumento para luchar contra el diablo: “Con esta expresión, el que reza no sólo pide no ser abandonado en el momento de la tentación, sino que también suplica ser liberado del mal”.
A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Llegamos a la séptima petición del “Padre Nuestro”: “Mas líbranos del mal” (Mt 6,13b). Con esta expresión, el que ora no pide solamente que no se le abandone en el momento de la tentación, sino también que se le libre del mal. El verbo original en griego es muy fuerte: evoca la presencia del maligno que tiende a agarrarnos y mordernos (ver 1 P. 5: 8) y del cual pedimos a Dios que nos libre- El apóstol Pedro dice también que el maligno, el diablo, nos rodea como un león enfurecido, para devorarnos y nosotros pedimos a Dios que nos libre de él.
Con esta doble súplica: “No nos abandones” y “líbranos”, surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus amigos a anteponer la invocación del Padre a todo, incluso y especialmente cuando el maligno hace sentir su presencia amenazadora. En efecto, la oración cristiana no cierra los ojos a la vida. Es una oración filial y no una oración infantil.
No está tan infatuada de la paternidad de Dios como para olvidar que el camino del hombre está plagado de dificultades. Si no existieran los últimos versículos del “Padre Nuestro”, ¿cómo podrían rezar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos? La última petición es precisamente la petición de nosotros cuando estaremos en el límite, siempre.
Hay un mal en nuestra vida, que es una presencia indiscutible. Los libros de historia son el catálogo desolador de cuánto nuestra existencia en este mundo haya sido a menudo un fracaso. Hay un mal misterioso, que ciertamente no es obra de Dios, pero que penetra silenciosamente en los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que lleva el veneno, silenciosamente. A veces parece predominar: algunos días su presencia parece incluso más aguda que la de la misericordia de Dios.
La persona que reza no está ciega, y ve con claridad este mal tan pesado y tan contradictorio con el misterio de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su mismo corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está exento del mal, o al menos que no ha sido tentado.
Todos nosotros sabemos que es el mal; todos nosotros sabemos que es la tentación; todos hemos experimentado en carne propia la tentación, de cualquier pecado. Pero es el tentador que nos mueve y nos empuja al mal, diciéndonos: “Haz esto, piensa esto, ve por ese camino”.
El último grito del “Padre Nuestro” se lanza contra este mal “de ancha capa”, que guarda bajo su manto las experiencias más diversas: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la explotación del otro, el llanto de los niños inocentes. Todos estos eventos protestan en el corazón del hombre y se hacen voz en la última palabra de la oración de Jesús.
Precisamente en los relatos de la Pasión algunas frases del “Padre Nuestro” hallan su eco más impresionante. Dice Jesús: “¡Abba! Padre! Todo es posible para ti: ¡aparta de mí esta copa! Pero no sea lo que quiero, sino lo que quieras tú “(Mc 14:36). Jesús experimenta plenamente la cuchillada del mal. No solo la muerte, sino la muerte de cruz.
No solo la soledad, sino también el desprecio, la humillación. No solo la animosidad, sino también la crueldad, el ensañamiento contra él. He aquí lo que es el hombre: un ser amante a la vida, que sueña con el amor y el bien, pero que se expone a sí mismo y expone sus semejantes continuamente al mal, hasta el punto de que podemos sentirnos tentados de desesperar del hombre.
Queridos hermanos y hermanas: Así, el “Padre Nuestro” se asemeja a una sinfonía que pide resonar en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo abrumador que es el poder del mal, y al mismo tiempo siente cómo Jesús, que nunca ha sucumbido a sus lisonjas, está de nuestro lado y nos ayuda.
Así, la oración de Jesús nos deja la herencias más preciosa: la presencia del Hijo de Dios que nos ha librado del mal, luchando por convertirlo.
En la hora del combate a final, le dice a Pedro que vuelva a colocar la espada en su vaina, al ladrón arrepentido le asegura el cielo, a todos los hombres que lo rodean, y no se daban cuenta de la tragedia que estaba ocurriendo, les ofrece una palabra de paz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”(Lucas 23:34).
Del perdón de Jesús en la cruz brota la paz, la paz auténtica viene de la cruz; es don del Resucitado, un don que nos da Jesús. Pensad que el primer saludo de Jesús resucitado es “paz a vosotros”, paz a vuestras almas, a vuestros corazones, a vuestras vidas.
El Señor nos da la paz, nos da el perdón, pero nosotros tenemos que pedir. “líbranos del mal”, para no caer en el mal. Esa es nuestra esperanza, la fuerza que nos da Jesús resucitado, que está aquí, entre nosotros: está aquí. Está aquí con la fuerza que nos da para seguir adelante y nos promete librarnos del mal.
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