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Viernes 5º de Cuaresma 12-04-2019

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“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre”

Evangelio según S. Juan 10, 31-42

Los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios». Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!”, porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre». Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad». Y muchos creyeron en él allí.

 

Meditación sobre el Evangelio

Muchos oyentes corrieron por piedras y volvieron con ellas en las manos; las apretaban nerviosos, le contemplaban hoscos, aguardando el momento de empezar a machacarlo.
Jesús conservó una entereza singular. Sabía que parte del público no estaba en contra, y tomó la iniciativa para desconcertar a los homicidas. Con ironía elocuente, les lanzó: Os hice muchas obras buenas; aquí hay testigos en cantidad; ¿por cuál de ellas queréis matarme?
Enfrióse de golpe el ardor de un tumulto peligrosamente contagioso; cayeron en el bache de una discusión en que jugaban mucho el acierto de las réplicas. A la pregunta impresionante del Maestro contestaron que era injusto reprocharles desagradecimiento, puesto que era por una blasfemia por lo que empuñaban las piedras: «Porque te haces Dios».

Nuevamente Jesús, con sagacidad, les respondió de manera que los desordenara. Sin negar, involucró de forma que el bueno entendiese, y el malo quedara sin motivo de relieve para apedrear: No sé por qué os alarmáis de que me diga Dios, cuando la Escritura asegura que lo son los jueces. ¿Conque llamar dios a un juez no es blasfemia, y va a ser llamárselo a aquel que el Padre envió al mundo, ungiéndolo como enviado? Pase que no me creáis a mí; pero a las obras del Padre, a sus declaraciones, deberíais creer. Ahora bien, las obras del Padre le manifiestan de tal manera en mí, que esperaba conocieseis por ellas que el Padre está en mí y yo en el Padre. Jesús se valió para perderse y escapó de sus manos. Imposible permanecer un día más en Jerusalén; salió de la capital y emigró a la tierra del otro lado del Jordán.
¡Cuántas veces los buenos de veras tendrán que ocultar sus obras y personas en la sombra, porque los «buenos oficiales», no den con ellos en el calabozo, dictando pública sentencia de una condenación irremediable!

Mientras unos en Jerusalén le abominaban, otros le buscan y alrededor suyo se congregan. Los que cerca de Él gustan estar, se benefician de sus enseñanzas y de sus milagros. Los habitantes de aquellos contornos habían escuchado mucho al Bautista, apreciándolo en extremo. Al contemplar los prodigios del Maestro y escucharle, comprobaban qué acertado fue el dictamen de Juan sobre Jesús; satisfechos deducían cómo atinaron al mantenerse adictos al Bautista frente a propagandas adversas; y viceversa, se alegraban del hallazgo que suponía dar con Jesús, al que tanto exaltara el Precursor. No hizo éste milagros, comentaban, pero fue un supermilagro su visión profética: «Ya se mueve entre nosotros el que esperáis»; señalándolo con el índice: «He ahí al cordero de Dios».

¡En la hora de las rupturas, qué consolador resulta encontrarse con un puñado de los que tienen fe!

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