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Lunes 5º de Cuaresma 8-04-2019

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“Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”

Evangelio según S. Juan 8, 12-20

Jesús volvió a hablar a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es verdadero». Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. O doy testimonio de mi mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre». Ellos le preguntaban: «¿Dónde está tu Padre?» Jesús contestó: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre». Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

 

Meditación sobre el Evangelio

Han pasado las fiestas; Jesús permanece en Jerusalén. Les declara que Él es la luz del mundo. Fantástica afirmación. En tal grado le ha conferido el Padre la verdad, que toda cuanta el mundo requiere para ser lo que Dios quiere, está en Jesús. Luz de Israel y luz de los no israelitas, cuantos le escuchen poseerán la verdad.Ha sido calamidad del mundo la búsqueda inútil de la verdad; escudriñamiento fatigoso y desesperante. Síguelo siendo hasta el final de los tiempos. Mas desde aquellos años está la verdad en Jesús; Dios la depositó entera y fúlgida en él, para el que la quiera encontrar. La verdad de la vida.La vida verdadera, que es la de Dios, la que debe pasar a nosotros, es luminosa y les señala su valor a las cosas y les confiere su color y su matiz. El Padre es la vida, y Jesús en palabras y obras es su luz, pues se manifiesta en Él. Los fariseos no quieren su luz, porque no quieren su vida; han entramado para los fieles una forma de ser que no concuerda con la de Jesús, sino que está en completa disonancia. Le refutan su aserción, alegando que es una afirmación gratuita, sin testimonios dignos que la corroboren; afirmar ya puede lo que se le antoje, pero ¿dónde están ángeles o profetas u hombres señalados que garanticen su testimonio?; el testimonio de sí mismo no es válido.
Según quien sea, respondió Jesús. Y yo soy tal que cuanto afirmo de mí, debe ser creído. Yo sé de dónde procedo, yo sé adónde voy, vosotros no lo sabéis; pero cuantos en alguna manera lo saben, cuantos lo han percibido, con oír mis aseveraciones las creen.
Los opuestos a Jesús se habían negado a su procedencia del Padre, a su misión de parte de Dios.

Las buenas voluntades con un instinto de lo alto acudían a Él, que olía a cielo, que era fragancia del Padre, llevando en su piel y en su alma las huellas dactilares inequívocas de Dios.Por eso el testimonio del que era toda la luz para el mundo era válido, percibiendo que de Dios venía, que en Dios andaba y hacia Dios volvía. Arteria hermosa que parte del corazón para irrigar vida en nosotros y retorna al Corazón que es el Padre, estableciendo una vida común en que vivimos los injertos, con la misma savia del Padre. Y Jesús es mediador. De dónde viene y a dónde va, Él lo sabe; y cuantos lo saben, conocen que todo lo que trae es divino porque de Allí viene para retornar Allí.En definitiva, la carne no puede enjuiciar al Espíritu. Os habéis quedado en carne, habéis retrotraído vuestra vida espiritual a un armadijo natural; los criterios así son carne seca, entendimientos terrestres ineptos para la inteligencia del Espíritu. Hombres sois, nada más que hombres de naturaleza torpe e injusta; con esas torpezas juzgáis, con la incompetencia de lo que es sólo carne y sangre. No juzgo yo así a nadie. Si juzgo, es según el Espíritu, porque el Espíritu es del Padre, y el Padre está conmigo.

Cuando dictamino y sentencio, mi sentencia es conforme a la verdad, rebosa exactitud y acierto, porque juzgo según el Padre que me ha enviado y permanece conmigo. Dos testigos requiere la ley para que un testimonio sea válido; la verdad que os enseño, dos son los que la testifican, yo y el Padre; con su lenguaje peculiar, con su idioma que deberíais entender, el Padre os está hablando y está testificando a favor de lo que testifico yo.Sucede que la lengua del Padre la empiezan a entender los oídos de buena voluntad; y la entienden mejor a medida que van siendo más del Espíritu. Atiborrados, empero, de ciencia religiosa al estilo de ciencia humana, negados al Espíritu, hombres exclusivamente hombres, aunque con tapujos de virtud, aquellos interlocutores ni poseían sensibilidad para el Espíritu ni oídos finos para su voz susurrante e íntima. Por eso salieron con la burda pregunta: ¿Dónde está tu Padre? No caían en que su Padre era Dios, si bien algo se les traslucía; pero braceaban en una inseguridad de ideas y resoluciones dentro de la conversación con Jesús.¿A qué responder claramente, cuando si quisiesen ya le habrían entendido?. Si el oyente está mal dispuesto, entonces la respuesta se convierte en desatino. Jesús contestó envolviendo su decir con esa bruma que despide claridad para el sano entendedor; mas resulta confusa para el malintencionado, sin dejarle asidero para sus denuncias.

Sugerís que no conocéis a mi Padre ¡lo que pasa es que no me conocéis a mí! Inmensa afirmación, grandiosa idea de lo que es Jesús. Quien conoce a Dios, con que vea a Jesús, exclamará: Es su Predilecto, es su Palabra, su Enviado. Quien conozca a Jesús, con que le oiga cuatro palabras de su Padre se le alzará el alma en un vuelo poderoso hacia un Padre Dios y Amor.Junto a la puerta del tesoro se tuvo esta charla, en lugar tan público que todo el mundo se enteró. Habiéndose metido en la boca del lobo, salió indemne. Fiaba en su Padre que lo apremiaba a que hablase aquellos días en Jerusalén, donde todos le oyesen, de donde a todas partes de Israel corriese aquella noticia y pudiesen los directores del pensamiento virar hacia la verdad.Era mucho exponerse, era bordear el abismo; mas la fe es así: Una caridad que se entrega y una caridad que espera, con una esperanza dulce y vencedora, tan arriesgada como indefectible.

Nada le sucederá, sino el día que calcule bueno el Padre, y en la medida que Él mida hasta el grano: «No cae una hoja del árbol», «no había llegado su hora».

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