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Cuaresma: la Penitencia a la luz de Fátima

Cuaresma: la Penitencia a la luz de Fátima

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La Cuaresma es un tiempo litúrgico fuerte, que consta de 40 días de preparación para la Pascua de Resurrección. Este número está basado en los 40 días que Jesús pasó en el desierto, en oración y penitencia.

Pero nos podemos cuestionar, ¿por qué no nos atrae, por qué no la vivimos, si Jesús y los santos la recomiendan?

Sor Lucía, la vidente de Fátima, toca este tema en varios de sus escritos. Uno es el libro de sus Memorias, y las Llamadas del Mensaje de Fátima, que os animamos a conocer.
También toca este punto en varias de sus cartas. Es lo que hoy queremos compartir con vosotros.

La penitencia que ahora pide Dios, según Sor Lucía

“El Buen Dios me había mostrado ya su contentamiento por el acto, aunque incompleto ‘según Su deseo’, del Santo Padre y varios Obispos; a cambio, promete terminar la guerra pronto, y la conversión de Rusia no será ya.

El Buen Dios se va dejando aplacar, pero se queja amarga y dolorosamente del número muy limitado de almas en gracia, dispuestas a renunciarse en lo que de ellas exige la observancia de su Ley.

Esta es ahora la penitencia que el Buen Dios pide: ‘El sacrificio que cada persona tiene que imponerse a sí misma para llevar una vida de justicia en la observancia de su Ley, y desea que se haga conocer con claridad este camino a las almas, pues muchas, creyendo que el sentido de la palabra Penitencia eran las grandes austeridades, no sintiendo fuerzas ni generosidad para ellas, se desaniman, viviendo en una vida de tibieza y pecado’.

Del jueves al viernes estando en la capilla con permiso de las Madres Superioras, a las 12 de la noche me decía Nuestro Señor: ‘El sacrificio de cada uno exige el cumplimiento del propio deber y la observancia de mi Ley: es la Penitencia que ahora exijo y pido’.”

(Carta del 20 de abril de 1942, del libro Un camino bajo la mirada de María, Carmelo de Coímbra. Ed. Monte Carmelo. 2016. Páginas 275 y 414).

Cuaresma, descender a lo práctico

Esto puede marcar un nivel mínimo, el primer escalón, que no excluye el cumplimiento de la penitencia cuaresmal que pide la Iglesia de ayuno y abstinencia. Ni tampoco es obstáculo para quieres quieren subir escalones más avanzados, quienes ‘sientan fuerzas y generosidad para ello’. Hay muchas razones para ello: Unirse a la Pasión de Jesús, consolarlo, reparar los pecados pasados, convertir a un determinado pecador, etc.

Cuaresma: ya se nos está pasando, pero esto nunca pierde actualidad. Si no nos vemos con fuerzas o salud para hacer un ayuno, siempre se pueden mortificar cosas pequeñas:

  • El mal genio
  • La curiosidad
  • No comer entre horas
  • Escoger un alimento que nos guste menos, o dejar uno que guste más
  • Aceptar un contratiempo, etc.

Son cosas pequeñas y escondidas que se nos presentan en cada momento, que nadie percibirá, y que quedan entre Dios y nosotros.

Y sobre todo, añadir a este ‘sacrificio anónimo’ un acto de amor. Es lo que marca la diferencia y le da valor. Esto es aplicable a este primer ‘escalón’ y a los demás. Es excelente la oración de ofrecimiento que la Virgen recomendó a los Pastorcitos:

“Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, en especial siempre que hagáis algún sacrificio: Oh Jesús, es por Vuestro Amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.

Si vemos la vida de los Pastorcitos y el mismo mensaje de Fátima, está llena de estas pequeñas ‘chispas de amor’ que son los sacrificios. Cuando no comieron los higos tentadores. Cuando aceptaban la situación en su familia, o la enfermedad. Cuando estuvieron presos en Vila Nova de Ourem… O cuando Lucía, ya en la vida religiosa, hacía con esmero aún los oficios más desagradables.

Estas cosas pequeñas, con este punto de vista, ya no son triviales.
Es ser como Cirineos, que ayudan a Jesús llevar la cruz
Es ser como Santa Teresita, que hace llover una lluvia de rosas, ganadas por su amor y los sacrificios ocultos.

Que nuestra buena Madre de Fátima nos dé la gracia para abrazar con generosidad las molestias de cada día, y el cumplir con ese amor y perfección nuestros deberes.

 

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