“Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final se salvará”
Evangelio según S. Juan 1, 1-5. 9-14
Misa del día
Dijo Jesús a sus discípulos: «¡Cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y a los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra los padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará».
Meditación sobre el Evangelio
Los previene que van a trabajar en un mundo malo, en una sociedad ladina y malévola; muchos son lobos y tales lobos los tropezarán por doquier, entre los divertidos y entre los devotos, entre ladrones y entre los que costean templos, entre desconocidos y entre parientes. El apóstol auténtico de la Buena Nueva terminará por ser presa de los lobos. Los hombres malignos, lo mismo irreligiosos que religiosos, se aunarán para denunciaros y condenaros; en sus templos y centros de espiritualidad se congregarán para castigaros, para estigmatizaros; por mantener mi doctrina, por sostener la caridad os conducirán a las autoridades civiles y jerarcas nacionales. Todos de consuno actuarán contra vosotros, por culpa de lo que predicáis, que es decir por culpa mía, «por mi causa».
Mantened la esperanza en el Padre, esa esperanza que con la caridad compone mi mensaje; porque al acusaros ante los laicos y las potestades regias, obtendréis nuevo público para que escuchen mi doctrina. Con esperanza oíd tranquilos las preguntas que os formulen; no os devanéis la víspera pensando qué responderéis; id despreocupados, porque en el momento preciso pondrá razones el Espíritu en vuestra boca, justas, convincentes, desconcertantes, asombrosas.Es tal mi doctrina, que discrimina inmediatamente las dos razas del mundo, los buenos y los malos: «Este está puesto como signo de contradicción», «quien no está conmigo está contra mí», «en la caridad se disciernen los hijos de Dios de los hijos del diablo».
En las enseñanzas secundarias, piedad, pureza, justicia, mortificación, culto…, puede haber componenda y armisticio; en la caridad, médula del Evangelio, no admite ni el infierno ni los malos ninguna transacción. Hasta tal punto, que saltarán las vallas de amistad y parentesco para lanzarse contra vosotros: por culpa de lo que predicáis, por culpa de la caridad, «por mi causa».Será consuelo vuestro saber que conmigo principia esta historia deplorable, esta persecución rabiosa. Si al Hijo de Dios le han llamado demonio, ¿cómo no os tildarán de indeseables, nefastos y agentes de Satanás?
Pero no tengáis miedo. ¡Qué grito de esperanza, qué voz de alegría, qué seguridad y aplomo los suyos!: «no les tengáis miedo». Son los jerarcas, los directivos espirituales, los poderosos civiles, todos aliados y desatados como un huracán contra una hoja: ¡Sonríete, hoja; continúa en tu paz, hierbecilla!; no les tengáis miedo.
No os acoquinéis ni escondáis la doctrina, publicadla a la luz del día.
(151)