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San Juan Pablo II alertó de “la crisis más peligrosa” hace 25 años en Veritatis splendor

San Juan Pablo II alertó de “la crisis más peligrosa” hace 25 años en Veritatis splendor

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(ACI) En 1993, hace 25 años, San Juan Pablo II publicó su encíclica Veritatis splendor, una importante reflexión que se mantiene vigente porque explica algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, y en la que además alertó de la crisis más peligrosa de todas.

En el numeral 93 Karol Wojtyla escribió que el martirio “tiene un valor extraordinario a fin de que no solo en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades”.

San Juan Pablo II precisó que “si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios”.

“En efecto, ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica”, afirmó.

El Papa peregrino dijo que en este testimonio “los cristianos no están solos. Encuentran una confirmación en el sentido moral de los pueblos y en las grandes tradiciones religiosas y sapienciales del Occidente y del Oriente, que ponen de relieve la acción interior y misteriosa del Espíritu de Dios”.

“La voz de la conciencia ha recordado siempre sin ambigüedad que hay verdades y valores morales por los cuales se debe estar dispuestos a dar incluso la vida. En la palabra y sobre todo en el sacrificio de la vida por el valor moral, la Iglesia da el mismo testimonio de aquella verdad que, presente ya en la creación, resplandece plenamente en el rostro de Cristo”.

Previamente, en el numeral 81, el Santo Padre subrayó que “si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla: son actos irremediablemente malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona”.

Por eso, “las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección”. “Por otra parte, la intención es buena cuando apunta al verdadero bien de la persona con relación a su fin último”, destacó.

En la parte final del texto, el Papa peregrino comentaba que “a veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse”.

Esto es falso, porque –en términos de sencillez evangélica– consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a Él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia”.

“Con la luz del Espíritu, cualquier persona puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un ‘corazón entero’” indicó.

El objetivo de la Veritatis splendor

“Hoy se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas”, escribió el santo al iniciar su encíclica.

“En efecto, ha venido a crearse una nueva situación dentro de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia”, señaló.

“Ya no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentra el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad”, advirtió.

Con este tipo de pensamiento, escribió, “se rechaza la doctrina tradicional sobre la ley natural y sobre la universalidad y permanente validez de sus preceptos; se consideran simplemente inaceptables algunas enseñanzas morales de la Iglesia; se opina que el mismo Magisterio no debe intervenir en cuestiones morales más que para ‘exhortar a las conciencias’ y ‘proponer los valores’ en los que cada uno basará después autónomamente sus decisiones y opciones de vida”.

San Juan Pablo II respondía a una tendencia generalizada que pone “en duda el nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral, como si solo en relación con la fe se debieran decidir la pertenencia a la Iglesia y su unidad interna, mientras que se podría tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos, dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales”.

Ante esta crisis, recordaba el Papa polaco, otra importante respuesta de la Iglesia se plasmó en el Catecismo de la Iglesia Católica que “contiene una exposición completa y sistemática de la doctrina moral cristiana” y “presenta la vida moral de los creyentes en sus fundamentos y en sus múltiples contenidos como vida de ‘los hijos de Dios’”.

Con el aporte del Catecismo, la encíclica Vertitais splendor se limitó a afrontar “algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, bajo la forma de un necesario discernimiento sobre problemas controvertidos entre los estudiosos de la ética y de la teología moral”.

“Este es el objeto específico de la presente encíclica, la cual trata de exponer, sobre los problemas discutidos, las razones de una enseñanza moral basada en la sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, poniendo de relieve, al mismo tiempo, los presupuestos y consecuencias de las contestaciones de que ha sido objeto tal enseñanza”.

Para leer la encíclica de San Juan Pablo II, puede ingresar AQUÍ.

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