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Domingo 13º Tiempo Ordinario 01-07-2018

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“Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad”

Evangelio según S. Marcos 5, 21-30. 33-43

Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?» Le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña

 

Meditación sobre el Evangelio

La muchedumbre al punto apretaba en torno a él. Su popularidad se acerca al vértice: «Todos le estaban esperando». ¿Cuándo frases como ésta serán por entero realidad? La hija de Jairo se está muriendo Jairo tiene fe y suplica. Jesús tiene amor y va.Un acontecimiento se intercala e interrumpe la marcha: la fe de la mujer sangrante. Se complació el Padre en aquella fe sobresaliente acerca de Jesús; inmediata en Jesús, mediata y final en Él. Por Jesús vamos al Padre, en Jesús hallamos al Padre. Lo perfecto es, como el Maestro, explicitarlo, tratar al Padre, tomar a Cristo como camino al Padre, como apoyo permanente para subir a Él.

Aunque ir a Jesús sin raciocinar en el Padre, es ya un modo de empezar, quien se detiene en el umbral, no entra. Se detiene el que no se adentra en el Padre: «Yo soy la puerta».
Se complació el Padre en aquella fe acerca de Jesús, y operó la curación. Jesús, unión de criatura y Dios. Tocóle la mujer y tocóle el Padre; y del Padre, por Jesús la salud pasó a la mujer.
Sintió Jesús la corriente que a través suyo fluyó; advirtió que alguien y Dios, se habían comunicado en Él. Volvióse e inquirió.

No le conocía a fondo la enferma y se atemorizó. Ignoraba que gozaba en desparramar dichas y en que le robasen, con golpes de mano, bienes que llevaba. ¡Si los lleva para los hombres! La felicitó y ensalzó su fe. Con la fe podemos todo. Fe en el amor poderosísimo del Padre, y por tanto en el de Jesús.Entretanto fallece la hija de Jairo; toda esperanza había, pues, concluido. La muerte marca una divisoria que parece más allá de la esperanza; el Maestro mostrará que aun el terreno de la muerte pertenece a la fe: «No temas, basta que creas». No es que a cada paso intentemos resucitar; pero sí que estemos alerta a esa palabra que suena dentro y escucha la fe, invitando quizás un día a resucitar un muerto.

La fe todo lo puede; el corazón del hijo que tiene fe en el corazón de su Padre y le suplica y se abandona en sus brazos pidiendo, besando… luego durmiendo.
Otra vez descarta el sensacionalismo. Sugirió que estaba dormida, que sufría un desvanecimiento. En el caso presente podía hablarse de semejante manera, metafórica en realidad, puesto que iba a volver en sí como de un colapso y despertar como de un sueño. Como no le dio resultado alegar un síncope o desmayo, impuso que nadie se introdujese en la habitación, fuera de los padres y de los tres apóstoles. A estas intervenciones formidables les pone silenciador; aunque hayan de saberse, les rebaja el estruendo propenso al cotarro verbenero, para dejarlo en adagio que a la fe enaltece y la enamora.

Dulce mano que coge la de la niña y dulce palabra que la llama. La niña se despertó a la vida ¡a la Vida! Sus leves pies picotearon el suelo empinándose para besar a sus padres, para besar a Jesús. La besaba la Vida. Tan sana estaba que debía comer. Lo que está al alcance del hombre no lo soluciona con milagros Dios.

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