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Sábado 2º de Pascua 14-04-2018

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“Soy yo, no temáis”

Evangelio según S. Juan 6, 16-21

Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio adónde iban

 

Meditación sobre el Evangelio

El viento contrario es tan fuerte que a las tres de la mañana solamente había recorrido la embarcación cinco kilómetros; la fatiga de los remeros era grande, mientras el mar encrespado los tenía tensos, sin respiro.

Con luz que Dios infunde a los suyos ¡ven tan lejos a veces!, ¡ven cosas tan secretas! Jesús, orando, los vio; aún no habían atravesado el lago, bogaban dificultosamente, justo se hallaban en la mitad. ¡Pobrecillos!, se levantó y se dirigió al mar. Anduvo sobre las aguas; en Él se cumplía hasta el extremo su promesa de fe: «Si tenéis fe mandaréis a una montaña que se traslade al mar y obedecerá». Marchaba por el mar entre las olas.

Supersticiosos los pueblos primitivos, se aterraron creyéndolo un fantasma. Cuidaba Jesús al par que los socorría, informarles de la fe que han de poner en Dios y en Él; en Dios que es Padre omnipotente, y en Él que es su Palabra. Fe para todos los instantes, para los casos más arduos, para las situaciones insolubles, para siempre. «Confiad, soy yo, no tengáis miedo».¡Cuánto le costó a Cristo, cuánto le costará siempre, que los hombres tengan fe, que los santos crezcan en ella! Fe en un amor que espera, que cree ciegamente en la solicitud y omnipotencia de su Amor.

Se asombraban a pesar de haber presenciado, horas antes, el portento de los panes; es que no habían sacado la consecuencia de fe, los mismo que si estuviesen abotargados. Así sucede a los hombres reiteradamente, irremediablemente, hasta exclamar el Evangelio: « Su entendimiento estaba embotado».

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