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Lunes 1º de Cuaresma 19-02-2018

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“Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones”

Evangelio según S. Mateo 25, 31-43. 46

Dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán:”Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna»

 

Meditación sobre el Evangelio

Las trazas humanas, con frecuencia son, de que el reino del diablo es el que prevalece, pues la fuerza bruta es suya, el relampagueo del oro, los puestos de mando, la ferocidad y la violencia.
El Maestro informa que no será así definitivamente. Ahora cuando está a las puertas de la máxima injusticia, su Pasión, instruye que soportar cosas tales conviene un tiempo en la vida de los suyos; pero a fin de cuentas, triunfará él en todos los órdenes. Un día rasgará esa especie de incógnita y saldrá a la vista con su esplendor magnificante de Hijo del Altísimo.

Se presentará con tan imponente majestad, cual nunca en majestades humanas se vislumbró. Rodeado no de chambelanes, mayordomos, militares y dignatarios, sino de ángeles, arcángeles y milicias celestiales, seres prestantísimos de belleza y de fuerza sin par. Sentado en su solio, circundado de ángeles, vestido de la gloria de Dios, comparecerán ante Él todos los pueblos, razas y naciones para juzgarlos. Termina con la mezcla de buenos y malos que hubo en el mundo; el trigo es separado de la cizaña. Formidable y gloriosísima fecha, conclusión de toda la historia, resumen de todas las vidas, síntesis de todos los juicios que tras cada muerte se fueron ejecutando.

Este pasaje es culmen en el evangelio. Jesús nos describe cómo su reino acabará en un triunfo perdurable, con el vítor de los buenos ante las pupilas aturdidas de los malos. Resume con vivísimos colores su doctrina, la que esparcida por todo el evangelio salva o condena a los hombres. Todas las naciones que existieron y existirán serán juzgadas según su mensaje, y todos los individuos serán sentenciados conforme al código que el Padre entregó al juez. El juez es el Maestro que hoy nos habla. Nos informa que su juicio versará fundamentalmente sobre la caridad. Examinará nuestro corazón con el prójimo, nuestras obras con él, y conforme fuimos nos sentenciará.

Repite actualmente con otras palabras lo que cien veces enseñó: «Con la medida con que midiereis, seréis medidos» «perdónanos así como nosotros perdonamos» «el amor al prójimo es toda la ley y los profetas» « ¿qué has de hacer para salvarte?, ama a Dios y ama al prójimo» « ¿qué hacer para huir de la ira venidera? el que tenga dos mantos, dé uno al que no tiene y así en lo demás… ». Adquiere tal doctrina todo su relieve en este pasaje que resume las vidas de los hombres por su caridad.

Destinados a ser hijos de Dios, lo serán según su Naturaleza que es Amor; al cabo de la existencia terrestre se discierne si son hijos, observando la naturaleza: Aquellos cuyo nervio y contextura es amor, son hijos suyos. Los otros, son engendro del diablo. Benditos de mi Padre. Ama tanto a sus compañeros que quien se los cuida le cautiva, quien se los abriga le roba el corazón. Bienaventurado al que bendice el Padre; lo besa y aprieta contra su seno. Entrad y poseed el reino. Entrad, todo está compuesto y alhajado desde el principio. Es vuestro este reino, sin miedo ni zozobra, pletórico de bienandanza.

«Porque fuiste fiel en lo poco» mira qué dádiva tan desmesurada. Es que el amor es agradecido; y cuando es inmenso amor, inmensamente agradece. Porque goza en pagar, se regocija en premiar, exulta en superar dádivas con mayores dádivas. Poseed el reino; vuestro es. Porque… Habla Jesús, y en Jesús habla el Padre. Hablan los Dos:
No olvido qué bien te portaste conmigo; cómo saciabas mi hambre, cómo fuiste mi enfermero, cómo me techaste un cobijo, cómo me consolaste en la cárcel. No olvido ni siquiera al vaso de agua que me alargaste aquella tarde en que pasaba de largo junto a tu umbral; me llamaste y me diste de tu agua fresca.

Bebí y los ojos se me aclararon. Fuiste bueno conmigo. Ahora yo te juzgo y te digo: Pues que fuiste bueno con Dios, entra en el reino de Dios. ¿Cuándo te socorrimos, cuándo te alimentamos, cuándo te visitamos, cuándo te protegimos? La gran lección es la respuesta, el evangelio recapitulado en una frase, gozne sobre el que gira toda la santidad, la maravilla del Padre queriéndonos como a sus hijos, y Jesús como a sus hermanitos pequeños: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de mis hermanos pequeños a mí me lo hicisteis».

Toma la madre como hecho a sí lo que hacen al fruto de sus entrañas; pero mucho más aquel Padre infinito, de quien procede toda maternidad y que nos mira como a sus ojos y para quien somos los pedazos de su corazón.
Basta que se entere una madre de que fuiste el salvador de su hijo, para que te adore con toda el alma, diciéndote: Más te lo agradezco que si me lo hubieras hecho a mí. Así aquel Padre, derrítese de cariño cuando te contempla cuidando a sus críos. Desbórdasele su afecto a ti y te convierte en su ídolo al ver cómo eres mamá para sus pequeños.
¡Ah!, cuántos se encontrarán con la sorpresa fabulosa de que aquellos desgraciaditos a quienes socorrían, besaban, acariciaban y cuyos problemas solucionaban, tenían Padre ¡un Padre Emperador! ¡Eran príncipes de la Corte del Cielo y su Padre era Dios! Oh, sorpresa inenarrable, cuando al enterarse el Padre-Dios les llame a su presencia y les diga: Sé lo que habéis hecho por mis hijos; os doy mi reino y todo mi corazón!
Entender esto es entender el evangelio y la vida.

Al otro lado de la escena están los réprobos. Se ha terminado el Padre para ellos; se ha terminado por consiguiente Jesús. Hay una reacción del Amor, para nosotros sumamente misteriosa, por la cual sus llamas son ira, y corta definitivamente con un individuo, precisamente porque es el Amor. Algo se nos alcanza y a medida que más se posee la caridad, mejor se van entendiendo reacciones suyas; pero no del todo se comprende.
Jesús, con el Espíritu del Padre, restalla una imprecación: «Malditos», y dicta una sentencia: «Al fuego eterno». La razón es su indignación con los que menospreciaron a los hombres y los desbarataron; con los que fueron insensibles a sus gemidos y de pedernal para sus necesidades.

Que padecieran sus hijos y algunos, a modo de gamberros, los mirasen fríamente con las manos en los bolsillos; que sufriesen sus hermanitos, y algunos espectadores no adelantasen el pie para echarles una mano; que no partiesen pan a sus boquitas hambrientas; que no anduviesen solícitos por las prendas de su corazón; sino que pétreos e imperturbables, sin sentimiento ni entrañas, se dedicasen a su orondo vivir, a su holgar despreocupado… ¡Eso irrita violentamente a Jesús y al Padre!

Concluye el Maestro la doctrina de la salvación con estas palabras. Su vida pública acaba exponiendo como nunca, de claro, su pensamiento. Por sus ideas le van a conducir presto a la muerte; muere por mantenerlas; las proyecta con más luz en el instante final y asegura: El día último, en el que no hay escapatoria, me dará la razón.

El juicio de buenos y malos se hará por la caridad, la cual es mi evangelio.

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