“El endemoniado se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban”
Evangelio según S. Marcos 5,1-2. 9-13.17. 20
Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del mar, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el mar. La gente fue a ver qué había pasado. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. El endemoniado se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban
Meditación sobre el Evangelio
Se hace patente y clamoroso el poder de Satanás en el mundo; misterioso poder que sojuzga a las almas más que a los cuerpos, manipula a la humanidad y la trae eczematosa, purulenta, rotos los nervios y la paz; apesadumbrada, inicua, frenética. Cristo viene a caducar su imperio tiránico, a comenzar su represión. Apercibiéndose los demonios vociferan su indignación; malignos increíblemente, desean continuar infiriendo mal a los hombres, despotizándolos.
Están desparramados por el orbe; ejercen según los sitios y personas más o menos intensa su acción. Se encuentran a gusto en la tierra; no con gusto de felicidad, sino con el agrio del que empeñada su voluntad en el mal, se le queda con ácido y acíbar. Por eso se resiste a emigrar del poseso, porque eso les priva de su operación favorita y los lanza al abismo, inactivos.Se agarran como pueden a permanecer en la región y para ello demandan un trueque de morada; de endemoniar al cuerpo del hombre a endemoniar las piaras.
Accede Jesús. Accediendo los destruye; pues si ellos trataron de perturbar la región desde los cerdos, Jesús obtuvo que reaccionaran los animales con tal enloquecimiento que se quedaron los demonios burlados y caídos al abismo. Le fallaron los hombres a Jesús. Solamente sacaron del suceso, temor; un temor supersticioso, embrujado, que les hizo respetar a Jesús y desear alejarlo.
El poseso reaccionó con voluntad total y durante algún tiempo sería testimonio viviente del Maestro para todos, testimonio refrendado por el anegamiento ruidoso memorable de las piaras enloquecidas.
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