Carta desde el Desierto: Padre Christopher Hartley
Por Navidad ¿por qué no regalas agua a tantos que se mueren de sed?
Mis queridos amigos de la misión
Como casi todos recordaréis en marzo de este 2017 que ahora llega a su ocaso, os escribí una carta, salida del alma, para gritaros a todos la sed angustiosa y desesperante de este pueblo somalí de Etiopía, esparcido como un puñado de arena que se lanza al viento, por estos secarrales indómitos de sabanas y desiertos africanos. Muchas vicisitudes han pasado desde entonces; como Iglesia en macha que somos y gracias a la extraordinaria generosidad de todos vosotros, hemos podido salir al encuentro de muchos de estos poblados, llevándoles camiones-cisterna de agua para paliar la sed de estas gentes. ¡Quién sabe cuántos hombres, mujeres, ancianos y niños hubiesen muerto de sed o de las enfermedades que se derivan de la escasez de agua o de beber en charcas pútridas y contaminadas!
Desde aquel marzo ya distante, apenas cayeron tres o cuatro chaparrones en abril y no descargaron muchas más lluvias en este pasado mes de octubre. Ya hasta abril del año que viene no vuelve a llover en la región de Gode. Hasta ahora hemos ido poniendo parches que han ayudado a las gentes, los ganados y los cultivos a malvivir, a sobrevivir precariamente. Nos parece que ha llegado la hora de buscar una solución más viable y duradera. Muchos de vosotros – con toda razón – habéis sugerido la posibilidad de perforar pozos con maquinaria adecuada. Una solución que se le ocurre a cualquiera.
Llevo años preguntando a las grandes organizaciones que trabajan en la zona WFP (Fondo Mundial para la Alimentación), UNICEF, JAICA, Save the Children, ADRA, MercyCorp, otras ONGs, así como a las oficinas regionales del gobierno etíope. Todos responden los mismo, se ha intentado muchas veces y no aparece agua por más profundo que se haya excavado. Nos queda otra solución. Como sabéis, por el frente de nuestra parcela caracolea y serpentea perezoso el rio Wabi Shebelle. Un río con caudal más o menos abundante según las épocas de años y que nunca se seca. Queremos aprovechar el agua de este río y hemos acudido a excelentes ingenieros que nos han asesorado, tanto en España como aquí en Etiopía.
Es un proyecto enorme, pero estamos seguros de que vale la pena y puede contribuir a buscar solución al problema endémico de la escasez de agua en esta región. Nunca podré olvidar las palabras de aquella anciana somalí que visitando una choza de Kalafo y ante su hija que estaba tirada en un camastro de sogas y ramas, con su hijo recién nacido a sus pies y medio moribunda, con la desesperación esculpida en el rostro, me gritó: “¡Padre, haga algo!” Esa anciana quizá no era consciente de que su mismo grito fue el grito de Jesús a sus apóstoles. Me vienen a la mente las palabras de Jesús cuando le dijeron sus apóstoles que las gentes estaban apunto del desmayo porque las multitudes llevaban tres días siguiéndole y escuchándole, que les mandara a sus casas y Jesús les amonestó a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”, que hoy, aquí, dos mil años después se traduce en el mandato de Cristo que, a nosotros, como Iglesia, nos lanza el mismo Jesús: “¡Dadles vosotros de beber!”. “Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer [o “de beber” que para el caso es lo mismo…].” Mt: 14:13-15). ¿Qué diferencia hay entre las palabras de la anciana: “¡Padre, haga algo!” y las palabras de Jesús a sus apóstoles: “¡dadles vosotros de comer!”? ¿Qué les estaba diciendo el Señor a sus amigos sino: “Apóstoles, ¡hagan algo por estas gentes hambrientas y sedientas!”? Pienso en Amir, el niño que vi desde la orilla del camino tirado a la orilla de un charco asqueroso que lengüeteaba como un animal el agua embarrada y putrefacta; último reducto de las lluvias ya lejanas y que no volverán hasta dentro de cinco meses.
Pienso en él, en su familia, en las gentes de su clan. ¿Cómo serán sus vidas? ¿Qué pensarán cada mañana al despertar un día más en el que el único objetivo es sobrevivir? Me acerqué a él, no sabría adivinar su edad, el no lo sabía tampoco. Le pregunté que, si iba a la escuela y me dijo que no, que no tenía chancletas. Le pregunté qué hacía todo el día, y al incorporarse, señalo el ganado… le pregunté que cuantas horas pasaba dando vueltas con los animales, pero no sabía lo que le preguntaba, no sabía las horas del reloj. Me confió, a través de mi traductor, que el salía antes de rayar el sol y volvía cuando atardecía… Me pidió la botella de agua y se la di… pero no bebió, se la quedó mirando… el agua estaba congelada, sacada de la nevera un rato antes de iniciar nuestra travesía. Corrió con ella a enseñársela a otros chavales. La primera vez que sentían el tacto de algo frío… Yo estaba fascinado viéndoles lamer el pedacito de hielo que sobresalía por la boca de la botella.
Y… Hay veces que los comentarios a una foto están de sobra… Y… pensaba para mis adentros en el asombro de unos niños escuálidos y esmirriados; una botella de agua fría sujeta por un manojo de manos pequeñitas. Me llenaba de ternura verles arrimar sus mofletes acartonados al frío de la botella. Os aseguro que un kilo de oro no les hubiese hecho más felices… Era hora de reemprender la marcha, me despedí de Amir y el resto de los críos de su clan; al alejarme me dijo en somalí: “¡Mahad santai, kani billo waa kabow!” (¡Gracias, esta agua está fría!). Y se me encogió el corazón en un puño al ver a un niño tan feliz por el simple regalo de una botella cristalina, transparente, de agua… ¡fría! Pues el plan es el siguiente: El río Wabi Shebelle pasa por delante de la parcela de la Iglesia Católica y son ya diez años que llevo aquí viendo discurrir su caudal hasta Somalia y de allí al océano Índico y me da rabia, me duele que no se aprovecha más para que Amir y miles de personas más puedan beber agua limpia, aunque no esté congelada.
Para ello tenemos el diseño de un magnifico equipo de ingenieros que creemos que puede ayudar a paliar algo la sed de estas gentes. A nivel más cercano al río bombearíamos el agua a una gran piscina, con una capacidad de unos 200,000 litros de agua de río. Esta agua se filtraría a otras cámaras para que se vaya sedimentando y purificando hasta un gran depósito. Desde este depósito, el agua ya purificada para consumo humano, se bombearía a un gran depósito elevado con capacidad para unos 50,000 litros. Desde ese depósito, por gravedad podríamos suministrar agua potable a todos los proyectos de la Iglesia (colegio, casa de moribundos, casa de voluntarios…) y podríamos suministrar agua potable a la cárcel de Gode (son nuestros vecinos a unos 200 metros de distancia, más de 700 presos); podríamos, por último, dar agua a los barrios vecinos que van creciendo sin cesar según se expande la ciudad de Gode. Aquí tenéis un primer diseño de nuestro plan para que la Iglesia pueda hacer un aporte real y duradero al problema del agua para estas pobres gentes.
Es un proyecto enorme, pero Dios está con nosotros y sabemos que podemos contar con todos vosotros Veo pasar este río maravilloso frente a nuestro terreno de la Iglesia todos los días de mi vida desde hace más de diez años. Rezo muchas veces el rosario paseando por su orilla (a prudente distancia para no convertirme en suculento banquete de cocodrilos y otros bichos africanos de muy malas pulgas) y pienso tantas veces cuánto me gustaría hacer algo con esta agua, para ayudar a sus gentes. ¿¡No os parece un crimen dejar pasar por el frente de nuestro terreno un río tan espléndido sin aprovecharlo para estas gentes sedientas!? ¡¡Tenemos que hacer algo y necesitamos vuestra ayuda!! Mis amigos, es Navidad… … y en este tiempo se regalan muchas cosas. Me atrevo a rogaros que nos regaléis un vaso de agua limpia para estos cientos de miles de personas que no saben lo que es el agua -mucho menos potable- que no saben lo que es la Navidad y por eso viven en una terrible oscuridad de vida.
Queremos que la estrella que guío a los Magos al portalito de Belén, guie a estas gentes hasta Jesucristo, que es la única luz que alumbra este mundo y el único que puede dar sentido a su vida. Y no hay otra luz que la luz de la caridad de Cristo que arden en nuestros corazones misioneros. Estas gentes no necesitan ni oro, ni incienso, ni mirra… ¡¡necesitan agua!! Vuestra ayuda, con el diseño que hemos preparado estoy seguro que va a ser una solución duradera, no como la de llevar camiones que cuestan un dineral y en tres días ya no queda nada. Eso os pedimos desde estos secarrales africanos, que no nos olvidéis. Os escribo a las 6pm y todavía estamos a 38ºC y no me puedo imaginar el martirio que debe ser para estas gentes en sus chozas vivir con las gotas de agua contadas.
Para que jamás tengamos que volver a ver esta foto… ¡¡REGALADNOS AGUA!! Para que la Iglesia pueda seguir siendo Madre de la humanidad más herida, más pobre más vulnerable. Eso os pedimos este año desde la misión, que por Navidad ¡¡nos regaléis AGUA!! Para que este niño – en quien vemos el rostro del Niño-Dios pueda sentir el calor y el amor de San José y la Santísima Virgen María, a través de la caridad de la Iglesia… Os ruego por amor de Dios que esta NAVIDAD nos ayudéis a regalar ¡¡AGUA!! A todos os damos las gracias en nombre de tanta gente pobre que no pueden hacerlo por sí mismos.
Le pido a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de los misioneros y Madre de los pobres, que a todos nos cubra con su manto bendito. Ante el Sagrario de la misión oramos cada día por todos vosotros.
Padre Christopher
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