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Miércoles 29º Tiempo Ordinario 25-10-2017

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“Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá”

Evangelio según S. Lucas 12, 39-48

Dijo Jesús a sus discípulos: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Pedro le preguntó: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». El Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá»

 

Meditación sobre el Evangelio

Hace aquí Jesús referencia al caso concreto de la hora postrera de la vida. Muchos querrían que se conociese el día y la hora. Pretenden una vida con un egoísmo calculado, que se aproveche de los placeres terrenos, sin respeto a Dios ni al prójimo, y terminarla con una jugada magistral, como sería preparar, en el último minuto, el pasaporte de goce en la eternidad.
Eso equivaldría a centrarse en el egoísmo. Dios nos quiere en la caridad; que lo mismo nos dé una hora que otra para término de la estancia en la tierra, pues nuestro único anhelo es morar siempre en el amor. Con amor nos sorprenda el infortunio, con amor la alegría y con amor la muerte. Eso es el cristianismo, y tal el hijo de Dios.

Pero a los que pretenden compaginar su egoísmo con su salvación, les previene que, para ellos, la venida del Hijo del hombre a juzgarlos, les puede resultar más terrible que la de un ladrón. Un ladrón les saca el dinero, pero el Hijo del hombre les saca la vida y les condena el alma. Si el que sospecha que ronda el ladrón está vigilante, ¿cómo no vigiláis, para que no os sorprenda la justicia condenatoria del Hijo del hombre?
En esta parábola se había ausentado el Señor. Al intendente le ha dejado el cuidado de la servidumbre. Todo lo que pide Dios es que asista a cada uno, cuando lo necesite. Como los asiste, y reparte a cada uno su ración, feliz él cuando el señor, vuelva y lo encuentre obrando así. Lo ascenderá y le confiará toda su hacienda.

¡Bendito Señor que quiso ser Padre, y todo su servicio lo concretó en que sirvieran a los que, nacidos siervos, ha convertido en hijos! ¡Bendito Señor que da todas sus cosas al que todas sus potencias las emplea en cuidar a todos los que yacen a su alcance!
Desdichado aquél que maltrató a los demás, arruinó la dicha de los que estaban bajo su jurisdicción; él se recrea orondo y se entretiene a su talante, mientras los siervos están desollados a trabajos y castigos. ¿Qué hará el Señor?, vendrá de improviso y lo despedazará.
Siervo que se quedó en siervo, que no ascendió a hijo, porque no dio cabida al amor, sino a mala entraña, será tachado de infiel, condenado. Malo con los siervos, fue malo con los hijos. Fue hallado infiel. Muerte para tal.

Otra parábola pronunció el Maestro que atañe más directamente a los allegados a Dios, a los más instruidos del Espíritu. Ilumina Dios a algunos con mayor intensidad, respecto del evangelio, de la caridad del prójimo, del ejemplo y doctrina de Jesús. Rehúsan algunos remoloneando y retroceden. El Padre los castiga. Al que obtuvo poca luz, menos le urge Dios y menos se enfada con él. Pero hay quienes Dios les ha llenado de su Espíritu y todavía guardan lados egoístas. Dios los persigue como persigue un Amor. No les concede respiro; si aún resisten, los vapulea fuerte. Al que menos se le dio, menos se le urge. Así Dios es una Madre que azota a sus hijos, para hacerlos buenos.

Quien es llamado a ser más hijo, es más amado, y con mayor esmero Dios se dedica a educarlo, a corregirlo…y a premiarle.

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