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Miércoles 23º Tiempo Ordinario-S Juan Crisóstomo 13-09-2017

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«¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas»

Evangelio según S. Lucas 6, 20-26

Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”

 

Meditación sobre el Evangelio

En el reino de Dios hallan más fácil entrada los pobres; las riquezas constituyen un estorbo para comprender el evangelio, y para vivirlo: «Más difícil es que entre un rico en el reino que…». Es una suerte la pobreza; a poco que se le nombre la caridad, la entenderá; a poco que se le indique un Dios Padre, lo abrazará. No se refiere a pobrezas con voto, profesadas dentro de un pasar de clase media; éstos merecerán un premio por otro concepto, mas no es el caso de la presente bienaventuranza. El pobre tiene la raíz de la bienaventuranza en su pobreza; ella, atrae inicialmente los ojos de Dios, conmueve al Padre; mas el que no la aprovecha para el Espíritu, el que a pesar de su pobreza, es duro de corazón y no recibe al Espíritu, ése sería pobre en vano.

Los que tienen hambre. Vuelven a escena una mezcla de los pobres y de los que lloran. El Maestro, recalca en diversas formas, una idea fundamental: que sus llantos y su hambre son preferentes a su misericordia y experimentarán que la esperanza no defrauda. Va el hambriento queriendo pan: ¡ay!, sí sólo se fija en el pan, malgastaría su hambre. Llama el hambriento a Dios; su ansia no es sólo hacia el pan, sino hacia una caridad comprendida, hacia una esperanza no fallida: que los hombres amen y se den pan unos a otros, ¡ay!, ¡y que yo también ame!; que mi esperanza crezca sabiendo que siempre me oye y sacia mi hambre. Así bienaventurados los que teniendo hambre de pan, tienen hambre de Espíritu. Porque ellos serán hartos.
Los que sufren, también son mirados por Dios con igual distinción.

El Padre se emociona ante sus hijos que penan; qué fácil les hará entender la caridad y qué fácil la esperanza. Cuántos que eran reacios a la virtud, los apresó el dolor, y en su tormento, se allanaba la dureza, y clamaron blandos a Dios que todo lo es la caridad. Hay otros que son buenos, muy buenos, y sufren; Dios vendrá pronto con ellos, los bañará en alegría y los lanzará al regocijo como una madre echa al aire su niño para recogerlo entre risas. Otros sufren el sufrimiento de todos; porque lloran si el otro llora, o porque los constituyó Dios víctimas, para vivificar con su sangre a miembros muertos. Su gozo será sin límites.

Los perseguidos. No cesa Jesús de prevenir que seremos perseguidos; no cesa de alentarnos a perseverar en la virtud que el Padre manda. ¿Por qué le van a hacer nada a ese hombre, si es bueno? Por eso, precisamente: «Si fuerais del mundo, el mundo os amaría». Piensan muchos en persecuciones aparatosas de irreligiosos. Es más una persecución solapada, frecuente, de parte de las fuerzas de orden contra el que cumple y, aún más, si enseña la verdadera doctrina de Jesús: la caridad. Días terribles cuando se desencadena la persecución, cuando le persiguen por «malo», precisamente los que se nombran buenos. «Alegraos» grita Jesús, Dios está con vosotros; vuestra pena prepara una primavera para muchos: «Si el grano de trigo no muere no da fruto».

Estos que se consideran felices porque tienen dinero, diversiones y cuanto el mundo puede conceder. A esos los llama malaventurados. Malaventurados no sólo para la otra vida, sino también para ésta. Emplean sus riquezas, única o principalmente, en pasarlo bien, sin desconsolarse por otros, sin derramarse en caridad. «¡Ay de vosotros, pues tenéis ya vuestro consuelo!». Así le replicó a Epulón: «Ya gozaste en la tierra».

Hay quienes se aposentan en una virtud tan acomodaticia a los vientos reinantes, que nunca los incomodarán. Son los pendientes de quedar bien y no tomarse disgustos, sobre todo con los de arriba. Los tales, serán ensalzados como ejemplo. Jesús pronuncia maldición contra ellos, contra los que siempre están alabados, contra los no perseguidos; son traidores, puesto que el demonio y el mundo los dejan circular en paz: «Así eran los falsos profetas».

Los hombres los llamaban profetas, y los tenían en honor; pero eran falsos y malos. «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán, como seáis mis discípulos».

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