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Viernes, Fiesta de la Natividad de de Sta María Virgen 08-09-2017

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«Le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros»

Evangelio según S. Mateo 1, 1-6. 12-15. 18-23

Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zará, Fares a Esrón, Esrón a Arán, Arán a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, (…). Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, (…). Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”

 

Meditación sobre el Evangelio

Preparó Dios desde antiguo una genealogía a su Hijo encarnado. En ella aparecen personajes no siempre de conducta intachable; él sí la tendrá. Jesús, en lo humano, pertenece al pueblo hebreo; es de la estirpe de Abrahán y de David, pero su nacimiento fue sin intervención de varón (“por obra del Espíritu Santo”). Dios irrumpe en la Humanidad en la plenitud de los tiempos, por medio de su Espíritu y por la libre aceptación de una joven virgen de Israel. Los criterios de Dios son muy diferentes de los criterios y maneras de valorar humanos. Él, que lo sabe todo, sabe cuándo es esa plenitud.

Sólo él conoce todas las variables, y juega con ellas desde su amor excelso. Luego, con la experiencia de vida desde el evangelio, nos va dejando a veces entrever y comprender algunas de las claves de sus determinaciones. Algo que podemos aprender de esta genealogía es que, para nosotros ser de Dios, ni importa nuestra ascendencia, ni tampoco nuestro propio pasado, pudiendo nacer un hombre nuevo dentro de nosotros cuando, libremente, y por el poder de Dios, decidamos seguir a Cristo.

Las circunstancias en las que Dios hace su aparición son, humanamente, extrañas: antes de vivir juntos, María queda embarazada. José sabe, nota su estado, y él no es el padre. Ella, con una fe ciega en Dios, que la lleva a una esperanza cierta, deja en Sus manos la situación con José y espera Sus soluciones. Es consciente de que, en su estado, está expuesta según la ley a muchos peligros, si José decide denunciarla por no ser de él el hijo que espera, pues los desposorios ya se han celebrado. A él, que sabe que ella es excepcional, le choca ver su estado. Grandes tentaciones sufriría respecto de ella. Nada sabía del milagro del Espíritu Santo. Está realmente confuso. Fue grande su lucha para tomar una decisión, hasta que, con gran dolor, decide dejarla. No comprendía.

Era un varón «justo». Esta palabra, que aparece con cierta frecuencia en la Biblia, no se refiere tanto a «justicia», tal y como la entendemos hoy, cuanto, mas bien, a «santidad». Es decir, que José era un varón con un espíritu noble, lleno de bondad, caridad, fe y obediencia a Dios, cosas todas que evidencia con su modo de actuar en lo poco que aparece en el evangelio. Aunque el derecho le amparaba para repudiarla, denunciar a María llevaría consigo que ella quedaría como culpable de un embarazo ilegítimo, cuyo castigo podría llegar al apedreamiento público. Por otra parte, repudiarla en privado implicaba que la dejaría (seguramente, yéndose de Nazaret), quedando él como culpable de abandono, y así no la perjudicaría. ¡Por esta solución optó en su terrible lucha! Pero, ante esto, Dios no se hizo esperar más.

Le salió al encuentro por medio del ángel, usando una vía por la que se aprecia que José tenía facilidad para conectar y entender… (Dios puede contactar con cada uno por caminos de oración o por otros insospechados. Nosotros, sin embargo, tenemos para contactar con él un camino seguro, el del amor al prójimo: “Os voy a mostrar un camino mejor: si no tengo amor -al prójimo-, nada soy” -cfr. 1 Corintios 13-; amando al prójimo al que vemos, amamos a Dios, al que no vemos; «Dios es amor; quien ama –a su prójimo- conoce a Dios, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» -cfr. 1 Juan 4-).

¡Y llegaron las soluciones de Dios! María, en su pleno fiarse de Él, vio cumplida su esperanza («Nadie que ponga en Dios su confianza quedará jamás defraudado» –Salmo 22; Eclesiástico 2-). El amor de Dios es tal, que dista mucho de los amores y conceptos terrenos. Él va mucho más allá en el inmenso bien que prepara para ambos y para toda la Humanidad. Preciosa Su respuesta a la fe-esperanza de ella, en la que se ve involucrado José, que da su «sí» incondicional a Dios, fiándose plenamente de él, de sus planes, a los que se entregó totalmente. ¡Salieron victoriosas la fe, la esperanza y el amor! ¡Dios es así, y así actúa! Es para imaginar la gran alegría de ambos, cuando José contase a María lo sucedido, y ella su parte a él. Y apresuraron las ceremonias nupciales, quedando José, a la vista de todos, como el padre de Jesús.

Contemplando a María, contemplando a José, se aprecia cómo la solución de los problemas que trae consigo esta vida, no estaría tanto en desear que no los hubiera cuanto en cómo abordar los que van viniendo. Contemplando a María, a José, y a Dios actuando, se pone de manifiesto que Él merece siempre nuestra total confianza, se pongan los acontecimientos como se pongan. En la medida que nuestra respuesta se adapte a la de ellos (fe esperanzada, confiada, perseverando en el amor a todos), en esa misma medida sentiremos, a Su tiempo, alivio, consuelo, llegando las soluciones de Dios.

¡Su amor no falla nunca!, pues ése es su ser eterno. Él lo hace todo con y por amor, aunque no entendamos, aunque tarde acaso un poco y estemos a veces desconcertados. Y obra con un amor supremo, de muchos grados, llevando a cada uno hacia su bien verdadero, que luego resultará ser el bien para todos («El Señor es mi pastor, nada me falta; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; aunque camine por oscuras cañadas, nada temo, porque tú vas conmigo…»). Lo hizo con María. Lo hizo con José. Lo hizo con Jesús… ¡También lo hará con nosotros, por medio de Jesucristo (“Dios con nosotros”)! Basta que pongamos fe y esperanza en él, y vendrán sus soluciones. Para él no pasamos desapercibidos. Le importamos muchísimo. Nos ama inmensamente… ¡Cómo no, si es nuestro Padre! («De vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados» –Mateo 10, 30-).

Y le pusieron por nombre Jesús, que significa “Salvador”, “Yahveh salva” (“salvará a su pueblo de los pecados”). Dios da al nombre suma importancia y trascendencia, pues va significada en él la misión o cualidad principal que asocia a la persona que lo lleva (De ahí que a Abrán –Abram- pasó Dios a llamarlo Abrahán –Abraham-, “padre de muchedumbre de pueblos”; y Jesús, a Simón, hijo de Juan, lo llamó Cefas -“Roca”; “Peñasco”; “Piedra”; Pedro-; “Roca” sobre la que construirá su Iglesia…). Profetizado estaba (Dios, siempre dueño y señor de la Historia y del tiempo, anuncia a veces anticipadamente lo por venir) que Dios visitaría a su Pueblo, y en Jesús estaba “Dios con nosotros” (Enmanuel).

En Jesús, el Mesías prometido, el Cristo (el Ungido), Dios salva a su Pueblo; a todo el que se acoja a él viviendo el Evangelio, la Buena Noticia de la salvación: amar a los hombres como hermanos, y esperar, confiar en Dios, nuestro Padre común.

En ello consiste la fe.

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