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Domingo, fiesta de la transfiguración del Señor 06-08-2017

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“Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”

Evangelio según S. Mateo 14, 13-21

Al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar, vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida”. Jesús les replicó: “No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer”. Ellos le replicaron; “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Les dijo: “Traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”

 

Meditación sobre el Evangelio

A l enterarse Jesús de que Antipas andaba peligrosamente curioso de conocerle, decidió retirarse circunstancialmente de sus dominios. Precisamente entonces, necesitaban un descanso sus apóstoles, recién vueltos de misiones. Delicada solicitud por los suyos, buscándoles vacación; agobiábales la gente, hasta no dejarles tiempo de comer. Llegó aquellos días a su vértice la popularidad de Jesús; el sábado siguiente empezaría a declinar.Ahora en el bulle-bulle del éxito todos les llamaban, les buscaban, les pedían; decidió apartarlos adonde lograsen un poco descansar. Trabajar con intensidad pero con sosiego: aprovechando los días, sin angustia; sabiendo que en el descanso que exige el cuerpo, la oración y los nervios, ocupan nuestro puesto con el prójimo Dios y sus ángeles.
Esta vez fallaron los planes de Jesús. El ansia de la gente por Él, trajo millares a su apartado rincón; su corazón renunció al descanso, por aquellas turbas hambrientas y desorientadas, como ovejas sin pastor. No había entonces más que Jesús, que supiese consolarlas con el verdadero consuelo, enseñarles la verdadera enseñanza, darles vida. Se le rompía el alma de ver la incompetencia de los sacerdotes, la desorientación de los teólogos, la zarrapastrosa dirección de las conciencias, la explicación insípida y raquítica de la virtud… Con frecuencia hasta el día de hoy es para romperse el alma.
Sentóse a enseñarles. Hacia las tres de la tarde le avisaron que era hora de que se fuesen a comer. El Maestro pretendió darles la comida. Los discípulos oponen la imposibilidad; podrían sí, acarrear pan y pescado de las aldeas circunvecinas, pero no disponían del dineral necesario.
A su orden los apóstoles sientan ordenadamente a la multitud; ignoran qué va a hacer, pero saben que algo bueno; metióles prisa Jesús reduciéndoles tiempo para cavilaciones sin fe.
Miró con amor a todos sus invitados, miró al Padre que cada día da de comer a todos los hombres; le agradeció haberle inspirado aquel milagro, haber escuchado la súplica de su alma que los quería alimentar como una madre. Poseído de fe y poder comenzó a partir panes y los apóstoles a servirlos con los peces. No se acabaron los panes ni los peces hasta que se entregó al último su porción abundante. Tan abundante que se hartaron y sobró.
Mandó recoger el sobrante; habría quienes podrían aprovecharlo; juntamente resultaba asombroso que las sobras de un cesto fueran doce. Aquel día los sirvientes fueron Jesús y los apóstoles; ¡cómo es la caridad! Otros además les ayudaron. Llenáronse de sobras doce capachos, uno por cada apóstol.

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