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Miércoles 17º Tiempo Ordinario 02-08-2017

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«El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra»

Evangelio según S. Mateo 13, 44-46

Dijo Jesús al gentío: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra los vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”

 

Meditación sobre el Evangelio

La Nueva feliz que nos aporta, es el Evangelio. Su Noticia dichosa y Dádiva celeste es la caridad nuestra y la del Padre. La del Padre que mana hacia nosotros, e inundados rebosamos hacia todos. Nueva esplendente, dádiva asombrosa, que ofrece a la humanidad la paz y la alegría; y a cada individuo, aunque los demás rehúsen, igualmente paz y alegría, fortuna sublime y esperanza. ¡Un Padre que es Dios!: optimismo, patrimonio, seguridad, aniquilación de angustia. ¡Unos hombres divinos, de su linaje, de la estirpe de la Caridad! ¡Dios es caridad! Es un tesoro el reino que integran tal Padre y tales hijos.

Mas no dan todos con el tesoro. Yacía soterrado en el campo el cofre de oro y esmeraldas; andaban muchos la vereda que atravesaba el campo, lo cruzaban otros pisando la pradería, sin percatarse que a sus pies dormía un tesoro. Yace la caridad en el evangelio, yace la paternidad divina esperando allí. ¡Cuántos hojean sus páginas, sin enterarse!, ¡cuántos recorren sus líneas, sin percibir! Hasta que cierto día un viandante reparó en la fortuna soterrada.

Así es la verdad en el evangelio; allá está de antiguo, desde Cristo. Depositó allí Cristo la verdad bajada del cielo, la caridad del Padre y de los hijos. Reparar en ella es una fortuna. Es el reino de los cielos un hallazgo personal de cada cual. La hora en que uno lo descubre, descubrió el tesoro de Dios. ¡Cuántos pasan de largo sin enterarse!, ¡cuántos nunca lo encontrarán!
Bendito el instante en que uno lo advierte; su alegría es incalculable y su felicidad. Todo lo dará por su hallazgo; dará criterios, ideas, ilusiones, virtudes, ascetismos, cualidades, posición, atenciones, conatos, deseos…

Enseguida hace de todos sus bienes almoneda para apropiarse el que vale más que todos y por el que todos tienen un poco de valor: La caridad. Semejante el mercader de perlas finas. Precio tienen muchas religiosidades, acciones, virtudes; perlas finas que van mercando mercaderes en los zocos religiosos, celosos de santidad y virtudes, que adquieren con sudor y sacrificios; pero si un día dan con la caridad, todo lo dieron por ella. Entregan perlas y joyas y enseres y campos y casas.

Valor tenían estas cosas; mas la Perla que adquirían, las contenía todas: «Ella es toda la ley y los profetas». «Porque valen la fe y la esperanza, mas la mayor es la caridad». «Todo termina, pero la caridad siempre vale». «Si el Padre dio a su Hijo, todas las cosas nos dio».

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