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Lunes 9º Tiempo Ordinario, San Bonifacio 05-06-2017

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«La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»

Evangelio según S. Marcos 12, 1-12

Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías. Les envió de nuevo otro criado; a este lo descalabraron e insultaron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los azotaron o los mataron. Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: “Respetarán a mi hijo”. Pero los labradores se dijeron: “Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia”. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?”. Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon.

 

Meditación sobre el Evangelio

Refiere una historia imposible, que sin embargo ha sucedido. Imposible tratándose meramente de hombres, ha sido real por tratarse de Dios. Es que posee Dios una paciencia inagotable, porque ama sin límites y aguarda tiempo increíble que no aguardarían los hombres. Uno tras otro envió siervos suyos. Siervos que ha elevado a hijos y como hijos los quiere, aunque no tanto como a un Hijo que tiene desde lo eterno, Hijo Infinito. Para no confundir se limita Dios en este caso a llamarlos siervos, aunque por la contraposición con los labriegos y el dejo de la parábola, se percibe que son muy íntimos.
Había Dios preparádose una viña con afán; creóse un coto de espiritualidad a modo de hacienda modelo, le trazó los contornos y la dotó de todos los medios para que fuera productiva por demás. Confióla a los hebreos. Ellos eran los labradores, aunque juntamente eran la viña; vides todos del Señor. Por excelencia labradores los sacerdotes y elementos rectores.

Esperaba Dios que le diese frutos de santidad, varones de espíritu, almas de cielo. Mandaba de cuando en cuando profetas que estimulaban a esta recolección de racimos, que exigían para Dios lo que le pertenecía, o sea, que le sirviesen como debían. De modo uniforme unos y otros, principalmente los dirigentes, maltrataron a los profetas, los encarcelaron, ultrajaron y a menudo les mataron.
Dios con paciencia inaudita porfió en mandarles siervos buenos, legados suyos; buscaba ahincadamente los frutos que le pertenecían, porque no era dinero, sino eran hombres, o mejor, hijos. Porfiaron en negarle su parte, frustrándole. Le dejaban hambriento a Él, ansioso de bienes que tanto apetece y que son suyos.
Incomprensible el proceder del Señor, si no caemos en que se trata de la elevación de hombres a su corazón, a su intimidad; se trata de la familia suya que Dios sueña y quiere lograr.

Cuánto ama a los hombres que decide incluso enviar a su Hijo, el único, el entrañable, delicias de su alma. Resolución absurda si no hubiera sucedido; absurdo desde luego, a no ser que medie un Corazón Infinito. El Amor supremo es tal que sus contornos se nos escapan, ni alcanzamos hasta dónde puede llegar, ni qué sorpresas guarda.Descendió Jesús, con un poder de persuasión cual nadie, con un halo divino que le declaraba Hijo, con la armonía y el espíritu de Dios en su boca. Pero anotó: Al Hijo tampoco lo perdonasteis. Dijisteis: Matémosle, y con nuestra nación y nuestros individuos haremos según nos plazca.
Si ni el Hijo os convence, si aun al Hijo matáis, ya no resta otro enviado; matarle equivale a decir: Nos quedamos a nuestro arbitrio y en adelante explotaremos la viña conforme a nuestra conveniencia y parecer. Se queja el Señor de que no obtenía frutos. Nosotros sí, y eso nos basta.
Concluye: Mataron al Hijo y echaron el cadáver fuera. “¿Qué hará el amo de la viña?” A pesar de la bondad divina, se ha llegado a un extremo que la indignación es irremediable. Pasará a cuchillo a los labriegos. Profecía del asedio y destrucción de Jerusalén.
«Arrendará la viña a otros». Solemnemente lo avisa a Israel. Pero pueblo, comunidad o individuo que repita esa conducta, sufrirá el mismo castigo y desahucio. Muchos se fijan en el judío, sin reflexionar que ellos son iguales o peores de duros; que no hay manera de que Dios, ni por medio de su Hijo, consiga que le den la renta que reivindica.

La renta es caridad, hombres-caridad. Es la demanda, la exigencia transmitida a través del Hijo: Este es mi mandamiento. Con todo, no se avienen, a imitación de Israel se encastillan en sus devaneos religiosos, en sus artilugios espirituales. Al Evangelio lo rebanan; a los que vengan reivindicando la caridad como la renta del Señor, a unos los escarnecen, a otros les hieren la cabeza, a otros los eliminan. Comunidades que así proceden, instituciones que así resuelven, pueblos que en esta forma judaízan, sufrirán la misma ira, la misma sanción y desheredamiento. Aprendan todos que su defección no deja plantado a Dios. Cada defección trae a remolque una elección; traslada Dios su afecto y sus planes a otra alma y con ella, obtiene lo que la otra rehusó, y se glorifica su amor.

Firme Jesús frente a los jefes, en público para que todos tomen nota, les asegura que contra Él hagan lo que hagan, se estrellarán. Es la piedra que ensalza la Escritura; aquella piedra que los constructores rechazaron despreciándola.
Esta es nuestra fe. Dichoso el que cree en Jesús y edifica sobre Él. Muchos pensarán que creer en Jesús es ostentarlo en una hornacina y venerar su nombre, profesando empero doctrina de tal o cual libro piadoso, o de tal asceta reputado. Creer en Jesús es venerar su nombre, sí, pero es sobre todo creer su palabra, y tener y retener su doctrina.

A los sacerdotes principales y a los ascetas calificados (fariseos, su recta traducción es «selectos») les escoció como un ácido; entendieron cómo les apuntaba con esta parábola, y los sacó de quicio que tuviera aplomo para señalarles con el dedo, diciendo: Sois unos perversos. ¿Cuándo a ellos nadie se atrevió? ¡No respetaba la superioridad y pretendía dar lecciones a los espirituales! ¡Se metía con los sacerdotes!
Por un momento pensaron prenderlo; pero no estaba el ambiente propicio y tuvieron que retirarse. Acecharían la ocasión y no la dejarían escapar.

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