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Domingo, Solemnidad de la Ascensión del Señor 28-05-2017

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«Id y haced discípulos a todos los pueblos»

Evangelio según S. Mateo 28, 16-20

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”

 

Meditación sobre el Evangelio

Los once fueron como una piña al monte de Galilea que Jesús les había indicado. Pero, aun así, algunos dudaron al verlo… ¡Cuánto cuesta a Dios obtener y hacer crecer la fe en sus hijos! Él ha querido que un hijo suyo aquí en la Tierra lo sea poco a poco por medio de esa combinación de don suyo y colaboración de la voluntad del hombre que se llama fe; por ese fiarse, confiar plenamente. Así Cristo, y María, y José, y Abrahán, y… (Cf. Hebreos 11). “El justo vivirá por la fe” (Habacuc 2, 4); por esa fe que se manifiesta activa en la práctica del amor (Gálatas 5, 6b). Jesús, no obstante, se acerca y se dirige a todos. Y siendo cierto que algunos de ellos dudaban todavía, no es menos cierto que, dudando y todo, allí estaban; dudan, pero siguen; dudan, pero perseveran… (“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna?” –Juan 6, 68- ). Y ese perseverar a pesar de las dudas es lo que les irá adentrando más y más en los terrenos de la fe profunda, sin olvidar la labor que tiene Pedro de ayudar a los demás en esa fe: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, cuando te hayas convertido, confirma (en la fe) a tus hermanos” (Lucas 22, 31 – 34).

“Se me ha dado todo poder…”: Todo lo recibe del Padre; todo desde la eternidad, durante su estancia en la Tierra como hombre, y continúa recibiéndolo… Ahí reside su grandeza; ésa es la impronta de su ser; ése su gozo infinito: Ser Hijo del Padre, recibiéndolo todo de Él. “Aún siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios, sino que se rebajó a sí mismo hasta ya no ser nada, tomando la condición de esclavo, llegando a ser semejante a los hombres. Y habiéndose comportado como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo engrandeció, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo. Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2).

Y asumido el poder que le ha sido otorgado, lo ejerce para más y más amar: envía a los apóstoles con una misión concreta al mundo entero y para todos los tiempos: Id a todas las gentes y enseñadles de palabra y de obra, con vuestro vivir, el Evangelio de la Vida. ¡Cuán diferente empleo se suele hacer en el mundo de cualquier forma de poder…! (“¿No sabes que tengo poder y autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” –dijo Pilatos a Cristo-. “No la tendrías sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto” –respondióle él-… Y Pilatos la ejerció, pero empleándola cobardemente para crucificarlo, a pesar de quedarle clara su inocencia… No quería jaleos, ni perder su puesto…).

“Haced discípulos a todos los pueblos”… No se trata de hacer como los líderes de la Tierra, que van queriendo convencer y atraer a las gentes a su partido, buscando denodadamente votos, seguidores, para disponer de una masa ingente de aborregados con vistas a ejercer sobre ellos su caprichosa influencia… ¡No! ¡Él no es así! ¡En su Reino no es así! ¡Quienes hayan gustado, vivido sus palabras, lo saben muy bien! Que una buena madre que se precie, no busca comunicar la vida a sus hijos y educarlos para su propio provecho, sino amarlos dándose a ellos, gastando su vida intensamente, educándolos y buscando su auténtica felicidad, abriéndoles caminos para que, libremente, cada uno desarrolle sus cualidades propias y vaya ocupando su lugar… (¡Y cuánto ellos así se sienten amados!). Y ése buscarles el bien comienza, desde Jesús resucitado, por querer que conozcan al Dios Amor que los creó y quiere restituirles la Vida inicial; al amor de Dios manifestado en él que por ellos se desgastó y murió y resucitó; y su doctrina, su Evangelio, que todo lo resuelve…

“Enseñadles a guardar todo lo que os he mandado”, y que vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré; que tomen mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y así encontrarán descanso para sus almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mateo 11). Mostradles con vuestro vivir cuál es mi mandamiento: “amaos unos a otros”; “como yo os he amado, amaos también entre vosotros”, y enseñadles que ése es el distintivo inequívoco por el que conocerán todos que son discípulos míos: si se aman; si aman. Que tengan en cuenta mis palabras, mis obras, para saber cómo he amado, cómo os he amado, y les transmitáis que Dios es su Padre, que se confíen a él como hijos suyos, como niños, pues él está pendiente de ellos; tanto, que ni un cabello de sus cabezas se les caerá sin su consentimiento; y que confíen, como yo confié en él, si es que se les cae alguno, porque a buen puerto les llevará, como a mí, que siempre me sacó de tentaciones y apuros y me protegió, y, cuando todo se puso tan a la contra, es que ya era llegada mi hora, no acabando mi vida con la muerte, sino que al final me llevó a la resurrección.

No os dejaré solos. Estaré con vosotros, y luego con ellos, todos los días; así hasta el final de los tiempos… Me tendréis realmente, me tendrán, de muy diversas maneras: cada vez que dos o más os reunáis en mi nombre, allí estaré en medio; en la Misa bajaré con vosotros; estaré presente en el sacramento de la Eucaristía; en mi Palabra (el Evangelio); en los otros sacramentos; morando en vuestro corazón, según aquello que os dije: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14, 23); en el amar y cuidar a vuestros hermanos, que son también parte mía, actuando unos con otros como en un mismo cuerpo los miembros sanos ayudan a los que están doloridos y enfermos…

Y, por último, volved a insistirles en lo que yo os insistí: ¡“Esto os mando: que os améis unos a otros”! ¡Que améis! , que así es como el bautismo se vuelve operativo.

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