¿Cómo surgió el Ave María?
(Gaudium Press) Como es conocido, la primera parte del Avemaría tiene su origen en las Escrituras. Está compuesta por el saludo del arcángel Gabriel -“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”- y la exclamación de Santa Isabel al recibir en su casa a la Santísima Virgen: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” (cf. Lc 1, 26-42).
Entretanto, menos sabido es el origen de la segunda parte, que es fruto de un largo proceso y de una larga tradición. Nace en la reacción contra la herejía de Nestorio, patriarca de Constantinopla, que negaba que la Virgen María fuera la Madre de Dios. Entre los obispos que combatieron en defensa del dogma de la Maternidad Divina, se destacó por su ardor el patriarca de Alejandría, San Cirilo, gracias al cual el Concilio de Éfeso, realizado en el año 431, proclamó: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es Madre de Dios […], sea anatema” (Dz 252). En las conclusiones de ese Concilio ya estaba pues explícita la continuación a la Salutación Angélica: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros…”.
De hecho, fue por el año 1.000 que en los monasterios comenzó a unirse el saludo del Arcángel Gabriel a Nuestra Señora y la exclamación de Santa Isabel. En el S. XIII la primera parte del Ave María ya estaba introducida en la liturgia, sin la invocación a Jesús. Finalmente fue en el S. XV que se acrecentó la segunda parte y la oración adquirió su forma actual, la cual fue introducida en el Breviario Romano por San Pío V.
El complemento del Avemaría florece de una sonrisa de la Virgen María, y se configura a lo largo del tiempo como maternal auxilio a sus hijos necesitados y pecadores, es decir, a todos nosotros.
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