“Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual”
Evangelio según Marcos 1, 29-39
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta y les proponía la palabra. Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros; “¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino solo uno, Dios? Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: “¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma la camilla y echa a andar?” Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados –dice al paralítico: “Te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Se levantó, tomó inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto cosa igual”.
Comentario del Evangelio
O tra vez en casa de Pedro, albergue suyo en Cafarnaún. El público se abalanzó a verlo, agitado por la popularidad del personaje, ¡resultaba tan seductor contemplar un profeta, presenciar sus milagros! Porque el Padre los atraía con el señuelo de los milagros; lo malo sería si quedaban en esa arrebatada curiosidad de novedades. Dios jalonaba los pasos de Jesús con portentos para que atraídos los hombres, le escuchasen. La fuerza del Espíritu le impulsaba aquellos días a rociar milagros.
El enfermo y los que lo transportaban ostentaron una fe completa. Aunque fuera por el tejado, descolgarían al paralítico. Puesta la esperanza, lo demás corre de cuenta de Dios. La esperanza aquella no era seca, en un egoísmo que requiere un favor; era jugosa de afecto, puesto que Jesús le perdonó sus pecados. ¡Qué estremecimiento de dulzura en Jesús al contemplar la fe que pone en Dios y en él! «Confía hijo»; dos palabras, de aliento y de madre. Enseguida un don inesperado: «tus pecados te son perdonados»; le encauza la atención a lo más importante, no se estanquen en meras curaciones sino crucen a ser de Dios. Las necesidades corporales sí las quiere solucionar, porque el Padre cuida nuestro cuerpo como cuida los pajarillos; pero más quiere transformarnos en seres de su Espíritu.
Obstruyen algunos al Maestro la continuación pacífica de su adoctrinar. El pueblo escucha sin prevención; pero ciertos directores espirituales estaban cerca y vigilaban; le miraron, protestando en su mirada la frase de Jesús: ¡Era una blasfemia! Difícilmente se puede continuar la predicación con tales cuñas en el auditorio; aunque no abran los labios se los siente gritar su protesta, escupir desde lejos. Jesús con una lucidez penetrante, se percató del juicio temerario, venenoso, que formulaban contra Él.
Se volvió para removerles de su infamia, abrirles un sendero hacia la verdad: « ¿Por qué pensáis mal de mí?». Iba a curar al paralítico por amor al pobrecillo y para confirmarle que la fe en Dios no queda fallida, esa sería a la par una lección para todos.
¿Qué es más fácil, decir «te perdono» o «te curo»? Decir «te perdono», responderéis, es fácil decirlo, porque no es fácil comprobarlo; decir «te curo», confesaréis que no es tan fácil decirlo, porque si el enfermo no cura, queda en evidencia el que se jactó fanfarrón.
Resultado de la curación. En el paralítico, glorificar a Dios. En el pueblo, ensalzarle igualmente, porque tanto poder daba a Jesús. En los doctores, nada.
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